Wednesday, January 30, 2019

Leyendas urbanas de Uruguay

Leyendas urbanas de Uruguay
 Una leyenda es una narración tradicional que incluye elementos de ficción, a menudo sobrenaturales, por ejemplo, dioses; y se transmite de generación en generación. Se ubica en un tiempo y lugar que resultan familiares a los miembros de una comunidad, lo que aporta al relato cierta verosimilitud. En las leyendas que presentan elementos sobrenaturales, como milagros, presencia de criaturas féricas o de ultratumba, etc., estos se presentan como reales, pues forman parte de la visión del mundo propia de la comunidad en la que se origina la leyenda. En su proceso de transmisión a través de la tradición oral las leyendas experimentan a menudo supresiones, añadidos o modificaciones, surgiendo así todo un abanico de variantes.
La Luz Mala es uno de los mitos más famosos de los folklores del Uruguay. Consiste en la aparición nocturna de una luz brillante que flota a poca altura del suelo. Esta puede permanecer inmóvil, desplazarse, o en algunos relatos, perseguir a gran velocidad al aterrorizado observador. Muchas veces aparece a una distancia cercana al horizonte.

La vulgarmente llamada luz mala no es más que la resultante de la reflexión que produce la Luna con los huesos de vacas muertas en el campo. Al reflejarse en el medio de la noche produce un efecto de luz que es interpretado por la gente de los alrededores como algo místico que termina siendo refutado al llegar al lugar de la luz. Normalmente la gente se aleja o realiza ritos populares evitando acercarse. Además no es el mismo el efecto que se produce a distancia, por lo que a medida que uno se acerca puede que la reflexión se vea de manera distinta. Los lugareños al acercarse veían el animal ya sin vida, cuya muerte era atribuida a la "luz mala", he aquí el por qué de la imagen siniestra de tal acontecimiento.

Punta del Diablo
Los viejos habitantes de Punta del Diablo cuentan a los visitantes que hace muchos años se construyó sobre la costa de piedra una gran mansión sin que nadie supiera a quién pertenecía; algunos dicen que su propietaria era una millonaria que quiso que su identidad permaneciera en secreto durante todos estos años. Lo cierto es que el silencio se combinó perfectamente con la quietud de este bellísimo lugar en el que sólo se escuchan el viento, las olas y el canto de algunos pájaros marinos.
La construcción de la descomunal mansión se llevó a cabo cuando Punta del Diablo aún no figuraba en los mapas del Uruguay y ni siquiera existían caminos consolidados para transportar todos los materiales requeridos. Sólo viejos pescadores conocedores de la pesca de grandes tiburones habitaban un sitio que resultaba inhóspito y hostil al establecimiento del hombre.
Hoy, todo parece haber cambiado, pero apenas algunos conocen la identidad de esta millonaria que es una de las habitantes más antiguas del lugar. Distintas agencias de viaje y turismo organizan un recorrido por la ciudad que culmina con la contemplación de esta exclusiva mansión que, además de ser imponente, posee un faro propio y una pista de aterrizaje privada.
Quien quiera saber la verdad de esta historia sólo tendrá que llegar hasta Punta del Diablo y buscar el secreto entre los habitantes más viejos, aunque muchos optan por el “de eso no se habla” para que la leyenda continúe viva.

El mendigo del túnel de 8 de octubre 

El túnel que une la calle 8 de octubre con 18 de julio, aquí en Montevideo, es protagonista de una narración urbana que circuló oralmente durante un extenso período de años. Cuentan que poco después que dicho túnel fuera estrenado, un mendigo en estado de ebriedad -que daba un vistazo a la nueva obra desde arriba- cayó al suelo tras perder el equilibrio. Desorientado, el hombre decidió introducirse en la boca de la novísima construcción. Lo hizo con tanta mala suerte que tomó la senda contraria, siendo atropellado por un trolebus y perdiendo la vida inmediatamente
Desde entonces, cuentan que la silueta del mendigo puede entreverse en ocasiones en medio del pasaje, cuando los buses transitan a gran velocidad. La figura desaparece momentos antes de repetir el impacto que sufriera en vida, como si intentara una y otra vez salir del túnel que lo llevó a la muerte. El relato tenía un agregado que no era menor, y que era repetido con frecuencia por madres crédulas y preocupadas: nadie que osara aventurarse a pie por un extremo del túnel lograba encontrar la vía de salida, ya que el mendigo atraía inevitablemente a los caminantes a su mismo destino fatal.

Misterio en el hipódromo de Maroñas
La historia se desarrolla en el conocido Hipódromo de Maroñas de nuestra ciudad, Montevideo.
Cuatro amigos vuelven a pie de un cumpleaños, muy tarde en una noche fría, cuando se topan con la parte posterior del complejo de Maroñas.
Cansados, deciden acortar camino saltando el muro y atravesando las instalaciones del hipódromo.
Al avanzar en el camino, la noche comenzó a cerrarse lentamente sobre ellos.
Aunque la luna brillaba, las sombras de las añejas instalaciones se alargaban y creaban conos de sombra y figuras fantasmales, entremezclándose con una niebla espesa que hacía difícil cualquier tipo de orientación.
Detrás de esa inmensa nada generada por las sombras y la niebla, oyen un ruido amortiguado y lejano. Intermitentemente, el sonido crecía de intensidad, asemejando unos cascos de caballos. Después de cada silencio súbito, reaparecía lo que ahora era un inequívoco galope, cada vez más fuerte.
Los cuatro amigos, asustados, advirtieron en voz alta al presunto jinete, pero cada vez que alzaban la voz el ruido callaba y surgía en otro lado.
De improviso, un espantoso relinchar les heló la sangre, proveniente de un lugar indeterminado y cercano entre los jirones de niebla.
El susto fue tan grande que treparon el muro más cercano con la facilidad de medallistas olímpicos, huyendo del hipódromo.
En la calma de sus hogares, dos de los amigos, avergonzados por su pánico irracional y atribuyéndolo a la borrachera de la fiesta, deciden investigar a fondo lo sucedido.
Tres noches más tarde juntan el valor para volver a cruzar el muro a la misma hora y comprobar con sus sentidos lo que realmente sucede allí.
Al principio, la calma que reina en Maroñas en aquella noche invernal y neblinosa parece darles la razón, pero un tiempo después vuelve a surgir aquel sordo golpeteo de las herraduras.
Esta vez, sin embargo, el ruido creció en violencia e intensidad a un ritmo casi demoníaco. Los cascos de caballos se multiplicaban por todas partes y relinchos salvajes lastimaban los oídos, tan cerca que uno creía posible tocar los caballos y sentir el viento provocado por sus cuerpos.
Enloquecidos de miedo, los dos compañeros no atinan a otra cosa que correr desesperadamente sin rumbo alguno, perdiéndose en su camino.
En el colmo de su horror, ciegos por el terror y la noche hermética se topan en el camino con una figura enjuta, que resulta ser el anciano vigilante del lugar.
Amablemente, el sereno los tranquiliza y les pregunta qué sucede.
Al escuchar la historia poca es la sorpresa del viejo, quien confiesa que ha escuchado los sonidos de los animales innumerables veces a lo largo de los años.
Ante su estupor, el anciano narra que se trata de las almas de los caballos que eran gravemente lesionados en las carreras y posteriormente sacrificados por los peones, que los ahogaban en una piscina que ya no existe.
En la noches oscuras, las almas de los equinos reiniciaban la interminable carrera en la que sus cuerpos habían hallado finalmente la muerte.

La sirena del Río Uruguay

En los atardeceres de las riberas del río Uruguay habita un extraño ser (o varios de ellos), que sólo ha sido visto fugazmente por pescadores y desprevenidos tripulantes de embarcaciones que navegan por esas aguas: nos referimos a la conocida pero jamás apresada sirena del río Uruguay. Sus avistamientos datan ya de las lejanas épocas del siglo XIX.
Contrariamente a las sirenas de la mitología clásica, aquéllas que casi causan la perdición de Ulises, bellas y de encantadora voz, la sirena del río Uruguay es una criatura de escaso atractivo, descripta variopintamente como un anfibio gigantesco, mayor al tamaño de un hombre, o un inmenso ajolote, con rasgos humanoides como los ojos y cabello de color verde parduzco. Posee garras en extremidades que utiliza para impulsarse en el agua con las que quizás hurgue en el lecho marino en busca de alimento. No se trata, seguramente, de un ser famoso por su belleza exterior.
La sirena del río Uruguay no ha causado hasta el día de hoy ninguna víctima, y no hay pescador que no afirme que sigue a los navíos desde distancia segura, pero que cuando éstos se detienen para observarla mejor, gira y velozmente desaparece entre las aguas. Jamás nadie la ha tocado, pero en ocasiones los pescadores han percibido un extraño aroma a animal marino. No tiene un nombre oficial (como sí lo tiene Nessie, el mal llamado monstruo del lago Ness); los lugareños de la desembocadura del río Uruguay lo conocen simplemente como la sirena. Se la ha observado, en general, aguas abajo. Se ignora si esta extraña criatura es la última de su especie o si (lo que parece más probable) se trata de diferentes individuos que viven existencias solitarias y que poseen su refugio en algún recodo oculto y profundo del río.

El Arbol del prado

Eran jóvenes, muy jóvenes. Allá por los años '30 o '40 se conocieron y se enamoraron entre los árboles del Prado, aún antes de saber que el suyo era un amor prohibido: sus familias pertenecían a clases sociales muy diferentes. Cada vez fueron más frecuentes sus encuentros al amparo de la poesía viva del parque, y luego, del antiguo Hotel del Prado, escenario de aquella creciente pasión clandestina.
No hizo fata mucho tiempo para que el amor de los adolescentes ganase espacio entre los chismes del barrio. Muy pronto, el vecindario entero daba cuenta de su ternura transgresora al punto de que, una tarde de primavera, la joven pareja tuvo que reconocer que ya no podrían sostener más el vínculo que, para entonces, constituía ya el sentido de sus vidas.
Y antes que perderse entre sí, prefirieron abandonar la vida misma. Se suicidaron al pie de un árbol que aún respira, y aunque el viejo Hotel ha desaparecido dejando en su lugar un edificio de salones que todavía se conoce con ese nombre, hasta loy los vecinos del Prado cuentan que aquel árbol se ve en algunas noches extrañamente iluminado. Otros aseguran que quien pase cerca podrá escuchar suspiros casi ininteligibles. Y la mayoría afirma que quien se acerque al árbol sentirá una presencia, la certeza inexplicable de que alguien le observa.

Leyenda india de la Gruta del Palacio
La Gruta del Palacio, antigua morada de tribus indígenas y por tal motivo conocida como el Palacio de los Indios, está situada en el Departamento de Flores, a 46 kilómetros de la capital departamental, la ciudad de Trinidad. Para llegar hasta el sitio, hay que ingresar por el trazado viejo de la ruta número 3. La rareza de las formaciones rocosas, con sus columnas cilíndricas casi perfectas, han atraído e intrigado a los visitantes. Se especuló y fantaseó mucho sobre el origen de estas formas.
En el pasado, se sugirió que se trataba de palmeras petrificadas, y también se manejó la teoría de construcciones erigidas por los indígenas, ya que durante varios años funcionó como vivienda. Hoy se sabe que su origen es geológico: se formó en el Cretácico Superior, hace más de 70 millones de años.

Cuenta la leyenda que en la gruta vivía un cacique de los Charrúas. Por ese entonces, el frente de la caverna exhibía tres puertas con forma de arco, adornadas con plantas. La esposa del cacique, llamada Darien contaba que en la caverna se escondía toda la riqueza de sus ancestros.
Los padres de Darien llegaron desde el Golfo de Panamá cuando los europeos invadieron sus tierras en busca de tesoros. Los indígenas huyeron y llevaron todas las riquezas del templo Dobaida a la Gruta del Palacio, donde se establecieron luego de un largo éxodo.
En esta gruta, que los indígenas del norte adoptaron como morada, nació Darien, y poco tiempo después, su padre murió combatiendo contra la tribu de los Chanás. Su madre la casó con Zemi, el cacique con más poder de la región y también murió al poco tiempo de la unión de su hija.
Se dice que los tesoros de Dobaida aún yacen en la Gruta del Palacio y que ni siquiera todos los indios de la tribu más fuerte podría cargarlos para llevárselos, según el relato de la propia Darien.

La desesperada madre fantasma

Los conductores de camiones que realizan el trayecto entre Salto, Uruguay, y Río Grande do Sul, en Brasil, por la ruta 3, están acostumbrados a una extraña aparición que tiene lugar por las noches y que involucra una escena de espanto: una mujer, visiblemente herida y sangrando les ruega con gritos y con ademanes que se detengan. Los conductores lo hacen; es entonces que la mujer les indica el sitio de un cercano accidente y les informa que su pequeño hijo está atrapado entre los hierros. El conductor corre en auxilio del pequeño. Ve el automóvil estrellado y se lanza a rescatar al niño. Después de mucho bregar y forcejear, logra extraerlo del interior del automóvil y se vuelve para anunciar el éxito a la mujer. Para su desmayo, ya no hay nadie allí. No sólo eso: el automóvil y el niño, lentamente, se desvanecen.

¿Qué ha sucedido? Una leyenda afirma que décadas atrás una mujer sufrió un accidente en esa ruta, y que durante horas pidió auxilio sin que ningún conductor se detuviera a socorrerla. Su hijo, que había quedado atrapado dentro del automóvil, murió. La mujer falleció poco después presa de la desesperación, pero su fantasma y el del niño regresan al lugar del accidente buscando testear la sensibilidad de los conductores. Quienes se detienen pueden seguir adelante con sus vidas, pero una superstición sostiene que quienes hacen caso omiso de los ruegos de la desesperada madre ven sus propias vidas truncadas en un accidente automovilístico al poco tiempo, quizás en la fatal ruta número 3. Por esa razón, y a pesar de saber que se trata de una aparición, no hay conductor experimentado que transite por esa ruta que no se detenga a ayudar a la espectral mujer, ya que negarse a hacerlo puede desatar las más funestas consecuencias.

Los Dos Hermanos 

En los pagos de Arroyo Achar, en Tacuarembó del Uruguay, vivían dos hermanos que, además de quererse entrañablemente, reunían las más bellas cualidades que puedan poseer los gauchos: eran nobles, valientes y generosos a toda prueba, incluso a la hora más difícil de la vida: a la hora de la muerte.
Corrían juntos todas sus aventuras juveniles, tanto en los campos como en el pueblo. Los dos trabajaban en la misma estancia y, para desgracia de todos, se enamoraron – sin confesárselo el uno al otro – de la hija del puestero, que era una hermosa muchacha a quien rondaban todos los mozos de los contornos.
Ella coqueteaba con todos, a ninguno daba esperanzas y, poco apoco, sólo los dos hermanos permanecieron fieles a su admiración y a su amor. La muchacha parecía enamorada de los dos por igual; no se decidía por uno, ni rechazaba a ninguno.
Hasta que una noche, el más decidido montó su caballo, la sacó de su casa y se la llevó, sin que nadie se diera cuenta. Cuando el enamorado burlado se dio cuenta, se volvió loco de celos; ensilló su caballo y salió al galope sin saber adonde se dirigiría. Una vieja que encontró en el camino le dijo haber visto a la pareja en dirección a la barra de Arroyo de Achar, en Río Negro.
Hacia el amanecer, los alcanzó cerca del Paso; llevaban el caballo al trote, como si no tuvieran prisa de llegar a su destino. Al reconocerlos, un grito de coraje salió de su pecho angustiado. Los dos hermanos, con un mismo movimiento, echaron pie a tierra y se miraron frente a frente.

- ¡Me la has robado! – dijo el uno.

A lo que contestó el otro:

- No pensé robarte nada, hermano, por que creí que era mía. Ella ha de decidir con cuál de los dos debe marcharse.
Ella callaba, con sonrisa nerviosa. Y sucedió lo inevitable; los cuchillos salieron de las vainas y se echaron el uno sobre el otro, en lucha a muerte.
La muchacha dio un grito de espanto y su caballo salió galopando. Los dos hermanos quedaron solos en la llanura; los dos acercaban en los golpes, las heridas eran igualmente mortales. Los dos se desangraban a la par. En un último esfuerzo, ya en el suelo los cuerpos, se tendieron las manos. Querían llevarse en el corazón la paz de la reconciliación y el consuelo de la despedida fraternal.
Los encontraron muertos, enlazadas las manos, sobre dos charcos de sangre. Allí mismo los enterraron, frente a frente. Cada tumba se convirtió en una pequeña laguna, que han ido creciendo, poco a poco, con el tiempo. Son las que hoy existen con el nombre de Lagunas de las Maletas, que están separadas por un brazo de tierra que jamás se cubre de agua, porque es el lugar sagrado en que los brazos de los dos hermanos agonizantes se juntaron.
El caballo, desbocado, llevó a la muchacha hasta la orilla de la laguna grande, donde la tiró al suelo, y prosiguió su marcha loca.
Al recobrar el sentido, se dio cuenta del horrendo crimen que su coquetería había causado. Durante muchos días lloró desesperadamente, dando vueltas alrededor de la laguna, hasta que una noche se lanzó a las aguas oscuras dando un agudo y escalofriante gemido.
Allí está siempre su alma penitente, en la Laguna Asombrada, en donde todos los Viernes Santos, a la misma hora en que ella se arrojó a las sombrías aguas, se oye un profundo gemido y el ruido que hace un cuerpo al caer a la laguna desde la altura.

 LA LEYENDA DEL OMBÚ

Dios, queriendo perfeccionar su obra, consideró afinar algunos detalles. Así, hizo llamar a todos los árboles de la naturaleza para otorgarles dones que les ayudaran a sobrevivir en la intemperie.
Al preguntar al ñandubay qué quería, éste respondió: -Yo quisiera tener fuerza, Señor.
Pues ahí la tienes – dijo Dios, dando origen a la legendaria fortaleza del ñandubay, sólido como una roca y resistente como el hierro.
- ¿Y tú? -le preguntó Dios al arce.
- Yo quisiera poder siempre protegerme del frío y de la lluvia.
- Sea –dijo el Señor, regalándole frondosas hojas para guarecerle de la humedad.
El desfile de árboles continuó.
El jacarandá pidió jovialidad, y le fue concedido un hermoso penacho lila, que rebosaba alegría y juventud cada primavera. El laurel obtuvo hojas oscuras y lustrosas. El espinillo quiso parecerse al Sol y fue adornado con lindas flores amarillas, muy semejantes al oro; y así, todos los árboles obtuvieron lo solicitado.
Después de varios exponentes arbóreos, llegó el turno del Ombú y Dios le preguntó: – ¿Qué quieres ser?
Éste respondió: – Sombra, Señor, para servir de descanso a los hombres.
- Pero todos la poseen –respondió el Creador.
- También quiero que mi leña sea frágil, que no resista ni un clavo, que se quiebre a la menor presión, que se vuelva polvo al contacto del Sol y la lluvia.
Dios, extrañado, le preguntó:
- ¿Por qué no pides lo que los demás, dulces frutos o madera fuerte?
- Padre, sé que una vez existió un hombre que predicaba amor, justicia y bien. Los otros hombres lo persiguieron, condenaron y sacrificaron en una cruz, hecha con el dolor de algún hermano árbol. Concédeme la oportunidad de tener la conciencia tranquila y no permitas jamás que contribuya a la muerte de un inocente.
Nuestro Señor, conmovido por las palabras del bondadoso Ombú, le respondió dulcemente:
- Así sea. Yo te protegeré por toda la eternidad para que sigas haciendo el bien a los hombres.

LOS ESPÍRITUS DEL LICEO IPOLL (Salto)

Tal vez, algún día, los diligentes funcionarios del Catastro Nacional pondrán fin a la controversia. Sin embargo, hasta que tal cosa no ocurra, la acalorada polémica acerca del sitio exacto en el que se encontraba el antiguo cementerio de la ciudad, continuará. Diversos postulantes aspiran a la candidatura, como los subsuelos del nuevo local de la Regional Norte de la Universidad de la República, los de la Plaza Artigas o los descampados aledaños al Liceo del Salto Nuevo. No obstante, las versiones más persistentes afirman que dicho cementerio se encontraba en los terrenos sobre los que fue edificado el Instituto Politécnico Osimani y Llerena, y en el que funciona, desde hace ya varios años, el Liceo Nº 1 I.P.O.LL. Esta es la razón, según he podido saber, por la cual una vez que comienzan a esfumarse en el horizonte los últimos rayos del sol, este lugar es el escenario de un gran número de eventos misteriosos y paranormales.
De hecho, el repertorio de estos sucesos es tan amplio y variado que su detalle, menos que instruir, podría aburrir a cualquier lector. Simplemente señalaré que, entre otras cosas, se habla de bancos y pupitres que se mueven solos; de pizarrones que amanecen con bizarros dibujos y leyendas en idiomas extrañas; de papeleras misteriosamente desparramadas por manos anónimas en un sitio recién higienizado; de teléfonos que suenan persistentemente en salones que carecen de tal aparato; de puertas cerradas por dentro con postigo que, al abrirse, dan paso a habitaciones vacías; de inexplicables roturas de vidrios y hasta de insólitas desapariciones de expedientes, exámenes y documentos oficiales. Algunas veces, también pueden adivinarse sombras de ahorcados, proyectadas por los corredores, y figuras humanas deambulando que luego se desvanecen, atravesando paredes y muros, como por arte de magia. Naturalmente, entre los testigos más frecuentes de tales prodigios figuran tanto los alumnos, como los profesores, las autoridades y el personal del servicio de limpieza del liceo.
No obstante, las anécdotas más interesantes acerca de los misteriosos sucesos del Liceo I.P.O.LL me fueron comunicadas de primera mano por un agente de la Policía, padre de un buen amigo, que ha debido pasar largas noches en solitario en el edificio cumpliendo la guardia como sereno. Este hombre, digo, cuya veracidad es para mi el Evangelio, me comunicó que se manifiestan allí visiones de todos los colores imaginables: cuando no es una canilla que se abre sola en el baño, es una cisterna accionada por el aire; cuando no es una cisterna, se presentan increíbles ventoleras de frío, aún cuando sea en pleno verano y en los alrededores los árboles estén quietos y adormecidos por el agobiante calor; cuando no es una corriente de aire, es una neblina cerrada de color blanco que invade la atmósfera; cuando no es una neblina, se perciben luces y fogonazos en los corredores; y cuando no es ni éste ni ninguno de tales prodigios, en ocasiones puede detectarse un fortísimo olor a azufre emanando de los lugares más insólitos: el laboratorio, el salón de actos, la sala de profesores, el galponcito de gimnasia, la biblioteca. También se ven -me asegura- rostros inhumanos insinuándose en el fondo de los espejos.
Según mi testigo, son tantos los policías y serenos que podrían corroborar estas apariciones que, desde hace ya mucho tiempo, y fatigosamente atemorizados, ninguno de ellos se anima a hacer la guardia permaneciendo en el interior del liceo, sino que invariablemente realizan la ronda de vigilancia en los perímetros exteriores.

(Anécdotas)

Verónica y Mónica, dos estudiantes del turno nocturno del liceo, afirman que una vez, al salir a la medianoche, sintieron ruidos de cadenas y estallidos en el laboratorio (el lugar del instituto que más leyendas acumula).
Al acercarse a mirar, descubrieron que los muebles en donde se guardan los instrumentos estaban abiertos, y una ventana aparecía abierta a pesar de haber sido cerrada por las propias estudiantes minutos antes.
A la semana siguiente, las jóvenes volvieron a escuchar los ruidos de cadenas y al acercarse vieron una sombra. Las estudiantes no volvieron más al liceo y aseguran que jamás olvidarán lo sucedido allí.
Una ex funcionaria del IPOLL, que pidió que su identidad no fuera revelada, trabajó allí en el '85. Recuerda los comentarios en torno a los supuestos espíritus y comenta un caso que le impactó. Por aquella época quedó un funcionario de sereno, que debió quedarse todo enero mientras el liceo estaba cerrado. Cuando los profesores se reintegraron en febrero, el funcionario comentó los horrores que había pasado: gritos en la noche, lamentos, cosas extrañas. Ese compañero se suicidó a los pocos días de comenzar su licencia, y los restantes profesores recuerdan con pena no haber dado más importancia a sus relatos o contenerlo.
Otra de las tantas historias que nos llegaron proviene de un ex estudiante, que pide especialmente que no se mencione su nombre."Respecto al liceo he escuchado esa historia y también alguna más reciente", nos cuenta. "En los laboratorios de química, hace algunos años, un profesor salió espantado luego que al intentar echar un líquido en un tubo de ensayo, el chorro se dividiera en dos y cayera en los costados, sin que entrara una gota en el tubo".
"Cuando yo iba al liceo", continúa, "se hablaba de un fantasma con nombre y apellido. Yo me he quedado en algunas ocasiones de noche en la Universidad -atrás del liceo- y también se oyen pasos y ruidos extraños durante la noche. Actualmente sólo quedan policías afuera del liceo, en el ala opuesta a los laboratorios".

 NO SOLO LOS PERROS LAMEN

La historia data de varias décadas atrás, y se desarrolla en una casa pudiente en las afueras de Montevideo. Allí vivía una familia adinerada, bien posicionada, influyente y con una hija única, de unos diez años.
La niña, independiente y de buena educación, cargaba con el peso de su soledad, ya que sus padres solían ausentarse del hogar para asistir a compromisos sociales. Con el objetivo de hacer más llevaderas las horas solitarias, sus padres le compraron un cachorro de labrador.
Con el correr de los años, la niña y el perro se volvieron inseparables, compartiendo espacio dentro del propio cuarto. Todas las noches, cuando la protagonista del relato se iba a dormir, el labrador se acurrucaba debajo de la cama; la niña estiraba entonces su mano y el perro se la lamía, a modo de saludo nocturno que se convirtió en una tradición o código entre ambos.
Una noche, los padres se retiraron a un nuevo evento social, quedando la joven sola con su perro. Se sumió en un sueño profundo hasta que a eso de las 2 de la mañana la despertó un fuerte ruido, que se derivó luego en algunos rasguños y golpeteos. Asustada, y también nerviosa por su perro, la niña bajó la mano en la oscuridad, esperando que el perro la lamiese. El can así lo hizo y su dueña pudo volver a dormirse con tranquilidad.
Horas después, al despertarse, comenzó a sentir un ruido extraño, como un goteo grueso e insistente que parecía provenir del baño. Caminó hasta allí, temerosa, y dio un grito de terror al abrir la puerta; su perro, descuartizado y sangrando, colgaba de una cuerda en el baño.
Al regresar al cuarto, en medio de un ataque de pánico vio las siguientes letras escritas en rojo en el espejo del tocador: "No sólo los perros lamen". Dio un grito y cayó desmayada en el medio de la habitación.
Cuando los padres regresaron, se encontraron con la casa desvalijada, el grotesco espectáculo del cuarto de baño y su hija en estado de shock, repitiendo en loop: "¿Quién me lamió?". Según algunas de las versiones, la niña debió ser internada en un manicomio, en el que permaneció hasta su muerte. Sus padres emigraron finalmente al extranjero.

LOS OVNIS DE LA AURORA

La estancia "La Aurora se encuentra a pocos metros de distancia del puente fronterizo Salto-Paysandú tendido sobre el río Daymán, con un pie en cada uno de estos departamentos, y a ella se accede a través de un estrecho sendero de tierra y polvo que se abre silenciosamente a un costado de la Ruta 3. En el portón de entrada a este distrito hay un cartel que reza: "Por el tema OVNI preguntar en la NASA". Los dueños del lugar han puesto esta leyenda, previsiblemente, con el ingenuo propósito de sumir aún más en el secreto la serie de hechos misteriosos y sobrenaturales que supuestamente ocurren allí. Incluso la sigla "OVNI" es un eufemismo, pues ya no existe ninguna duda de que allí verdaderamente se registra una copiosa actividad extraterrestre.
Para explicar esta presencia alienígena, la imaginación popular ha urdido varias teorías.
La más difundida de todas explica que en "La Aurora" hay ubicado aquello que los chamanes llamarían un axis mundo -o eje del mundo-, es decir, una abertura de carácter dimensional que permite comunicar las diferentes regiones del Universo. Puesto que, en efecto, el suelo allí es rico en cuarzos y cristales, se concentra una potente energía que al cabo de períodos regulares colapsa las categorías del espacio y del tiempo y abre un canal a través del cual seres de otras dimensiones pueden acceder a nuestras coordenadas. No se trata, estrictamente, de la abertura a una ciudad intraterrena, sino de un portal con el que se puede conectar con otras realidades coexistentes con la de nuestro planeta, pero ubicadas en niveles diferentes de la existencia. El caso no es original; a lo largo de la historia se recuerdan muchos epicentros energéticos como éste en la Tierra, aunque de diferente potencia. Los más poderosos son los del nivel siete, como los de Erks y Azgar en Rusia, el del Tibet, el del Triángulo de las Bermudas y el de la Antigua Capital de los Mayas; el hoyo energético de "La Aurora", en cambio, como el de Isidris en Mendoza y como otros sitios de Brasil, Colombia, China, EEUU y Europa, es apenas de segundo nivel.
Según otra versión, la menos convincente, en "La Aurora" habría instalado un observatorio subterráneo de la NASA en el que el gobierno norteamericano lleva a cabo ciertas operaciones secretas en confabulación con las células de inteligencia de nuestro país. Tal vez por esta razón, muchos de los avistamientos de objetos voladores registrados en la zona han sido atribuidos a falsas percepciones de satélites, aviones, prototipos de combates y otras maquinarias de las operaciones militares. Esta hipótesis es por cierto incontrastable, ya que amén de las repetidas visitas realizadas a Salto por el astronauta Neil Armstrong, "el primer hombre que pisó la luna" y uno de los agentes más universalmente conocidos de la NASA, no existen visiblemente en "La Aurora" elementos que den prueba de su veracidad.
Hay todavía una versión más rigurosa, que pude conocer gracias a la pericia de un astrólogo y ufólogo amigo, pero que exige una explicación preliminar. Según es fama, desde hace miles de años, los pueblos del Universo han estado librando una guerra. Dos son los bandos en eterno conflicto: por un lado, las Fuerzas de la Oscuridad, una congregación de colonialistas interplanetarios que intenta hacerse con el poder del Cosmos para dictar sus leyes y hacer agosto de la esclavitud de las razas; y por el otro, las fuerzas de la Confederación Intergaláctica, la unión de los pueblos libres del universo reacios a cualquier intervención forzosa y que participan de la idea de que todo organismo vivo que existe en la inmensidad del espacio debe ser el único rector de su destino. En términos generales, puede decirse que la Confederación Intergaláctica ha estado ganando sistemáticamente esta guerra; sin embargo, las Fuerzas de la Oscuridad intentan dar ocasionalmente algún golpe, buscando revertir la situación, y lo hacen precisamente tomando como objetivo a aquellos planetas que, como la Tierra, recién están en los primeros pasos de su evolución. Para evitar esta intervención clandestina sobre los pueblos neutrales, la Confederación Intergaláctica instaló en ellos, en secreto, sistemas defensivos y escudos de protección capaces de derribar toda agresión exterior, tal como puede comprobarse, por ejemplo, recordando lo ocurrido en el famoso caso Roswell. Pues bien, en "La Aurora", precisamente, habría instalada una base de este tipo, y las naves que allí se divisan por docenas no son sino las centinelas de la guardia de la Confederación.
Sea como fuere, las evidencias de la actividad de naves y de seres extraterrestres en los campos de la estancia son tan variadas que cualquiera de ellas daría material de primera para un buen capítulo de la serie televisiva Los Archivos X. Los automovilistas que transitan por la carretera realizan con frecuencia avistamientos de platillos voladores solitarios o en formaciones de hasta cinco o seis individuos. Por las mañanas, y aún cuando en toda la noche no se escuchó un solo ruido, los peones encuentran misteriosas huellas de aterrizajes en el pasto, como si un objeto muy caliente se hubiera posado de pronto y quemado todo la gramilla circundante con su fulgor. Se divisaron también luces y bolas de fuego que recorren a una velocidad muy lenta el descampado y que de pronto ascienden con una propulsión imposible hacia los cielos, donde se pierden para siempre. Si uno es capaz de desarrollar sus facultades mentales en grado extremo, y logra dominar el arte de la telepatía, encontrará allí una sintonía especial para comunicarse -sin palabras ni imágenes- con seres de toda la galaxia. En ocasiones, hasta hay testigos que han logrado encuentros cercanos con algunos de estos internautas y visitantes de otros mundos, los que fueron descritos de maneras tan heterogéneas y contradictorias que es preferible no entrar en materia.
Por esta razón, los muchachos de las comunidades dedicadas al estudio del fenómeno OVNI de todas partes del mundo, como así también los iniciados en las artes de lo oculto, lo ausente y lo lejano, tienen entre sus itinerarios de actividades viajes y excursiones de todo tipo a este característico paisaje de la fantasía salteña con el fin de lograr, cosa que ocurre, alguna evidencia de los extraterrestres.

 EL FANTASMA DE HORACIO QUIROGA 

Según los registros más fieles, la última vez que Horacio Quiroga puso un pie en Salto fue hacia fines del año 1902 o principios del 1903, cuando ya estaba radicado en Buenos Aires luego del trauma que le había provocado la muerte de su amigo Federico Ferrando. Juró entonces -cosa que literalmente cumplió- no regresar jamás en su vida. Las razones parecían justificadas: la ciudad natal, para Quiroga, no era otra cosa que un enorme signo de su desdicha personal. Salto había sido el escenario de dos muertes que calaron hondo en su espíritu (la de su padre Prudencio en 1879, y la de su padrastro Ascencio Barcos, en 1891). Fueron los salteños quienes desdeñaron con indiferencia sus ejercicios literarios en Gil Blas y en La Revista; y era también salteño, finalmente, el hermano del alma que acababa de morir, víctima de su propio descuido. Nada parecía haber en Salto que el precoz escritor -por entonces de apenas veinticinco años de edad- pudiera asociar con la felicidad o siquiera lejanamente con la alegría.
Sin embargo, muchos son los biógrafos que han advertido que, hacia los últimos instantes de su vida, Horacio Quiroga planeó casi secretamente una íntima reconciliación con el suelo natal. En buena medida, este propósito ya podría adivinarse considerando con atención la correspondencia quiroguiana hacia la época de su segundo exilio misionero y las reiteradas ocasiones que en ella el escritor recuerda con cariño y nostalgia las ya lejanas horas de la juventud. En algunas, como las cruzadas con Fernández Saldaña, Quiroga habla a menudo de rostros, de nombres y de amigos del Salto, y cuenta con insistencia humorísticas anécdotas y recuerdos allí vividos. En otras, como las mantenidas con su amigo y coterráneo Enrique Amorim, el escritor habla mucho más explícitamente de un proyecto general de "rever el paisaje salteño", proyecto que incluía no solamente una revaloración de las posibilidades estéticas del recuerdo del terruño sino también, acaso, una vuelta al hogar ("Al fin y al cabo -escribió una vez- hasta los elefantes van a morir todos al sitio dónde dieron sus primeros trotes". De hecho, este último propósito estuvo muy cerca de concretarse hacia el año 1935 cuando el propio Amorim le realizó una invitación al chalet "Las Nubes", que Quiroga a la postre rechazaría alegando su voluntad de evitar los previsibles homenajes oficiales.
No obstante, la verdadera razón por la que el proyecto quiroguiano de la recuperación del Salto quedó finalmente trunco fue mucho más drástico: poco tiempo más tarde el escritor comenzaría a padecer los primeros síntomas de un irreversible cáncer gástrico, y tanto su salud como su desequilibrado estado anímico lo arrastraron obligatoriamente hacia Buenos Aires. Allí, aquejado por el sufrimiento y la soledad, la idea del suicidio se instaló en su mente con más fuerza que la del regreso. Sin embargo, es verosímil que hacia sus últimos segundos, y ya de cara a Dios, Quiroga siguiera pensando, como en un sueño, en su Salto nativo. Pensó tal vez -como había dejado escrito en el Diario de Viaje a París- que solamente en Salto había encontrado alguna vez diversión. Que entre los amigos que lo acompañaron fielmente durante toda su vida figuraban muchos salteños. Que fueron los primeros escritos salteños, acaso, los únicos que le produjeron verdadera felicidad creativa. Que la absurda Comunidad de Los Tres Mosqueteros -precursora del célebre Consistorio del Gay Saber- fue una de las experiencias más delirantes que alguien pudiera imaginar. Que los carnavales salteños le proporcionaron el conocimiento de algunos amores imborrables; y que fueron muchos también, en definitiva, los buenos recuerdos de su vida de estudiante en el Instituto Politécnico. Es también verosímil suponer que la fatídica noche de febrero de 1937 en que Quiroga entró en la muerte en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, luego de ingerir una fuerte dosis de cianuro, llevara todas o siquiera algunas de estas imágenes impregnadas en su retina.
Pues bien, tal es la razón, y no otra, por la que el fantasma de Horacio Quiroga se aparece todavía en tantos lugares del Salto: para conseguir, desde el más allá, la anhelada vuelta al hogar que su cuerpo humano no pudo alcanzar en vida. Tal vez también por esta razón, los lugares en que con más frecuencia se manifiesta su espectro sean las dos casas que éste habitó en la ciudad. En la primera, ubicada sobre calle Uruguay, sucesivos inquilinos han visto ciertas noches al fantasma de Quiroga deambulando por la oscuridad de los corredores, envuelto en una larga manta de color rojo; y en la segunda, la casona ubicada sobre Avenida Viera en que funcionaba hace no mucho tiempo la llamada "Escuela al Aire Libre", suele presentarse a los niños, caseros y cocineros del centro educativo, la mayoría de las veces sentado en una silla de hamaca ubicada junto a la estufa del lugar, aunque también hacia los terrenos del fondo, revolviendo las plantaciones de verduras o utilizando clandestinamente las herramientas del galpón. En tales casos, el fantasma aparece invariablemente con el aspecto con que recuerdan a Quiroga sus últimas fotografías: enflaquecido, la piel arrugada y amarillenta, la espesa barba comiéndole la cara, la mirada triste y como perdida en el vacío. Pero no son por cierto éstos los únicos sitios de sus póstumas peregrinaciones salteñas. Por el contrario, se refieren apariciones suyas en la zona de la Costanera Sur, más precisamente en los alrededores del Mausoleo erigido en su nombre y en el que está ubicada la famosa -y también maldita- urna de Ezria que guarda sus terrenales cenizas. Igualmente, hay testimonios que aseguran la presencia del fantasma de Horacio Quiroga re-editando en bicicleta la célebre travesía Salto-Paysandú, pedaleando muy orgulloso con su camiseta del Club Ciclista Salteño.
Tales apariciones salteñas del espectro de Quiroga, naturalmente, suelen promover el espanto de sus ocasionales testigos. Sin embargo, viéndolo de otro modo, son la cosa más natural del mundo. Al fin y al cabo ¿qué otro destino más conveniente para el fantasma de un hombre que en toda su vida no fue sino un perpetuo desterrado, que el de intentar recuperar, al cabo de ésta, el familiar sabor del suelo natal, vale decir, regresar a las entrañas mismas de la madre tierra?

LA CAMINANTE ESPECTRAL

Una noche fría y ventosa, cerca del cementerio del Buceo (algunas versiones mencionan otros lugares) un hombre vio mientras conducía en su auto a una muchacha joven y bonita al costado del camino.
La chica hacía dedo, y aunque el hombre no tenía por costumbre levantar gente en la ciudad, parecía tan agradable y desamparada que decidió subirla al auto. Iniciaron una charla amena y descubrieron al instante una sintonía inmediata.
Pasaron buena parte de la noche juntos y al terminar la velada el hombre la llevó a la casa donde la muchacha indicó que vivía. Al día siguiente, el protagonista de nuestra historia descubrió que la joven había olvidado su bufanda en el auto. Se dirigió hacia allí y golpeó la puerta de la casa que la joven había señalado.
Una pareja mayor abrió la puerta, y cuando el hombre intentó explicar el motivo de su visita, preguntando por la chica, el matrimonio reaccionó violentamente. ¿Cómo se atrevía un desconocido a burlarse de la desgracia ajena? ¿Cómo podía hacerles afrontar el dolor de la pérdida?
El hombre, que no entendía nada, intentó explicarse mejor y les mostró como prueba de su historia la bufanda. La pareja quedó helada, resolvió entonces hacerlo entrar a la casa y lo condujo a un cuarto. Allí, sobre una mesa, estaba el retrato de la joven que había levantado la velada anterior, abrigada por la misma bufanda que el hombre aferraba en sus manos. Sus padres le explicaron que la chica estaba muerta desde hace años y yacía enterrada en el cementerio cercano.


UN SUSTO DE MUERTE 

Cuenta la historia, ambientada a principios de siglo, que varios paisanos se hallaban tomando unas copas en un bar frente al Cementerio del Cerro. Bien entrada la noche, el alcohol ya había calentado los cuerpos y soltado las lenguas de unos cuantos, que envalentonados por la bebida espirituosa comenzaron a comparar su coraje y bravura. A uno de ellos, un poco más sobrio que los demás, se le ocurre lanzar a viva voz un desafío espeluznante, asegurando que ninguno se atreverá a realizarlo. La prueba consiste en pasar el resto de la noche sentado encima de una de las lápidas de cementerio, dejando como prueba su facón clavado allí.
Uno de los paisanos, más valiente o más borracho que los demás, acepta el desafío y trepa –ayudado por los demás- las rejas del cementerio. Sus compinches acuerdan ir a esperarlo a la madrugada a las puertas del lugar.
Llega la mañana y el hombre jamás aparece, por lo que los intrigados paisanos entran al cementerio a buscarlo. Lo encuentran muerto sobre una lápida, con el facón clavado sobre la misma junto a una esquina de su poncho. El hombre, al sentarse, había enterrado con su cuchillo sin darse cuenta un trozo de la tela. Cuando se quiso marchar sintió que alguien lo tironeaba de la ropa, y creyendo que un espectro reclamaba su cuerpo cayó al suelo fulminado por un ataque cardíaco, sin percatarse de que se trataba simplemente de su poncho enganchado por el cuchillo.
 

 LA LLORONA DEL PARQUE RIVERA

Versión 1
Una tarde de otoño, hace muchos años, una joven mujer decide salir a pasear por el Parque Rivera. A pesar de un viento frío y cortante que hacía gemir a los árboles y sumía al parque en la más absoluta soledad, la chica decide salir y llevar consigo a su bebé, que había tenido en condición de soltera.
Estando en vísperas de su boda la joven se aventura en el parque, por entonces más agreste que ahora y mostrando los resultados de recientes lluvias. Se la ve bordear el lago junto a su niño, mientras el viento arrecia con fuerza, desapareciendo de la vista. La futura novia, sin embargo, no regresará por ese sendero.
Al día siguiente encuentran su cuerpo inerte en el lago del parque, sin rastros del paradero del pequeño. Cuenta la historia que desde entonces, en las noches brumosas y tristes del otoño, puede verse a una joven vestida de novia en los alrededores del lago. Camina sola y llora desconsoladamente, mientras clama por un bebé que perdió hace mucho tiempo.


Versión 2

Hace mucho tiempo, en los inicios del mismo Parque Rivera, vivía una pareja en una casa contigua al lugar. Un miércoles 9, mientras marido y mujer se hallaban fuera, unos ladrones irrumpen en la casa. El esposo llega antes que terminen su faena y los sorprende in fraganti: desesperados, los delincuentes le quitan la vida con un cuchillo. Cuando intentan esconder el cuerpo sienten los ruidos provocados por su mujer, que vestida de blanco llega a la casa.
Se esconden detrás de una puerta y observan cómo la joven, aterrada, descubre el cuerpo de su marido. Mientras la mujer llora desconsoladamente sobre él, los ladrones, decididos a todo, llegan por detrás y la ajustician de igual manera. Para ocultar las huellas los delincuentes arrojan los dos cuerpos en la laguna del parque.
Desde entonces, los vecinos de la zona comentan que todos los 9 de cada mes se oyen extraños llantos y quejidos que provienen de la laguna, en el lugar donde los cuerpos de los infortunados amantes fueron arrojados.

EL CASO DEL DOCTOR LENGUAS 

A fines de los años 60 o principios de los 70, una mujer a punto de dar a luz llegó al sanatorio del Círculo Católico del Uruguay. Iba acompañada por su hijo pequeño y su esposo, quien se mostraba preocupado por los gritos de dolor de su mujer.
La joven tenía contracciones cada vez más frecuentes, pero como el personal del hospital estaba muy ocupado, la pareja debió esperar un rato mientras se hacían los preparativos. El nerviosismo del marido iba en aumento, pero finalmente un doctor preguntó por la paciente y un equipo de enfermeras se encargó de conducir a la parturienta a la sala correspondiente.
Una vez dentro, el tiempo se hizo eterno para el futuro padre. El reloj de cuerda de la sala martillaba con persistencia segundo tras segundo, resonando como un gong en el silencio del hospital. El niño jugaba, pero el padre, nervioso, esperaba el momento de ir a conocer a su nuevo hijo.
Minutos después, en lugar de una enfermera sonriente se presentó un doctor con aspecto apesadumbrado. Casi sin entender qué sucedía, el hombre escuchó en seguidilla las explicaciones detalladas del médico, como golpes secos y repetidos: se hizo todo lo posible, no resistió, un parto difícil, no hay nada que hacer, el cuerpo ya fue trasladado...
El esposo estalló en un ataque de histeria, sintiendo que las cuatro paredes del hospital se desplomaban hacia adentro, reprimiendo el impulso de correr a la sala y llamar a su mujer a los gritos. Al rato se sumió en un rincón, temblando.
En medio de su angustia, un señor canoso, mayor, con la túnica clásica de médico, cruza la sala. Se presenta al joven como el doctor Luis Pedro Lenguas y aclara que está dispuesto a ayudarlo, a lo que el esposo responde con furia y le reprocha con amargura haber llegado demasiado tarde. El anciano, sin embargo, habla con calma y suavidad. Está allí para ayudar, repite, y le pide que aguarde unos minutos.
Segundos después, se siente un llanto de bebé y los gemidos confusos de una mujer. Por la puerta del sanatorio asoma una camilla, sobre la cual descansa la joven esposa, lejos de estar muerta, y su hijo en brazos. Se funden en un abrazo incrédulo y hablan al mismo tiempo: ella no comprende lo sucedido y tiene una sensación extraña; él se deshace en lágrimas y busca con la mirada a los médicos.
El personal del hospital, ante tanto clamor, llega al lugar de los hechos. Cuando el doctor ve a la mujer, se pone pálido y balbucea, incapaz de creer en la presencia milagrosa de la madre y su hijo recién nacido, desbordante de vida. El esposo está furioso y se niega a contestar a los médicos, aclarando que hablará únicamente con el doctor Lenguas.
Ante la mención del apellido, tanto las enfermeras como el obstetra pierden nuevamente el color en el rostro. El médico lo mira fijamente y le señala un cuadro que cuelga en la pared. El hombre reconoce la figura al instante: el mismo rostro afable, la misma mirada, el porte inconfundible del anciano doctor.
Debe estar equivocado , aclara el profesional. El doctor Luis Pedro Lenguas fue el fundador del sanatorio en 1885 y falleció en 1932 .
El prodigio del rescate no demoró en correr por los pasillos del hospital y desde entonces la leyenda de Pedro Lenguas cobró forma en los pequeños milagros del sanatorio. Su presencia mítica erigió la leyenda del médico que desafió a la muerte por partida doble, logrando milagros desde ambos lados de la línea que separa a los muertos de los vivos.

Un perro llamado "Gaucho"
y una historia de lealtad...
"El Gaucho"
Sucedió en Durazno, Uruguay.

En la década de 1960 y primeros años de la siguiente transitó por las calles de Durazno el perrito “El Gaucho”, transformándose en verdadera leyenda viviente para los vecinos de esa ciudad uruguaya, como para los visitantes que tomaban conocimiento de su historia, ya que por su nobleza fue muy conocido y querido por el pueblo de esta ciudad.



Su dueño lo llamó “Gaucho”, ambos vivían en la localidad de Villa del Carmen, y fueron muy unidos. Un día el amo se enferma y debe ser trasladado a Durazno para ser internado en el Hospital Dr. Emilio Penza de una enfermedad grave.
Fue entonces que el Gaucho quedó solo y se largó a caminar por el camino que recorrió su dueño. Cruzó humedales y arroyos, recorrió mas de 50 kilómetros de distancia hasta que llegó al lugar donde se encontraba su dueño internado, allí se quedó acompañándolo sin alejarse del lugar, porque él era su amigo de la vida. Los vecinos y personal del hospital lograron conocerlo por su inseparable presencia y su gesto de nobleza. Cuando el amo fallece, en la sala se escucha al Gaucho llorar con remordimiento al igual que días atrás cuando su dueño se quejaba de algún dolor que sufriera.
Aquel perro de pelo casi oscuro y de ojos tristes lo acompañó durante su velatorio y hasta el lugar donde recibiría sepultura.



Durante más de 30 días el Gaucho custodió aquella sepultura para luego salir en las mañanas a recoger algún alimento que el pueblo le brindara. Recorría las calles, para volver de tarde otra vez junto a la tumba de su dueño allí en el Cementerio.
De esta manera vivió mucho tiempo, haciéndose querer por la gente y los niños.

Cuando el animal fallece la gente de la zona tiene un gran pesar al conocer la historia de fidelidad del can.



El pueblo de Durazno le ha rendido su merecido homenaje labrando un monumento en bronce para que jamás sea olvidado, el que se encuentra al frente del cementerio local, donde descansa su querido dueño.

El fantasma del museo Blanes
El edificio que ocupa el Museo Blanes pertenece al período del
siglo XIX. El ingeniero Juan Alberto Capurro, formado en el Politécnico de Turin, diseña en 1870, para quien era entonces el propietario del predio, el Dr. Juan Bautista Raffo, una villa "palladiana" y el jardín se organiza de acuerdo a las pautas de la paisajística francesa.
Valiosas especies vegetales, aún hoy en pie, ván conformando un
pequeño parque. Pocos años después, el lugar se vincula a

peculiares figuras de la sociedad montevideana.
En 1872 es adquirida por Clara García de Zúñiga, quien gustó escandalizar a la "aldea" con sus desplantes amorosos, naciendo
allí, en 1875, su hijo Roberto de las Carreras, el célebre dandy del novecientos.
Cansado de los continuos amoríos de Clara, su marido manda
construir el altillo que se aprecia en la foto y encierra ahí a su esposa.
Clara permanece encerrada en ese altillo años sin poder salir, por lo que se enajenó mentalmente, y aunque en un par de ocasiones logró escapar, fue recapturada y murió en ese mismo lugar.
En 1929 la municipalidad adquiere la villa a sus últimos propietarios, la familia Morales, para destinarla a museo, encargando al arquitecto Eugenio Baroffio las obras de reforma y ampliación.
Baroffio mantiene y continúa el lenguaje ecléctico historicista del diseño original, dejando intacto el cuerpo frontal del edificio y
construyendo dos grandes salas posteriores con un claustro
porticado entre ambas.
El edificio es Monumento Histórico Nacional desde 1975, y hoy un testimonio vivo de aquellas villas de fin de siglo, rodeado del denominado Jardín de los Artistas.

Pero lo mas escalofriante del caso es lo que relato a continuación: Luego de convertida en Museo, en la casona empezaron a suceder extraños fenómenos.
Cuadros que se caían de las paredes, mobiliario que aparecía corrido de lugar, ventanas que se abrían solas y portazos inesperados.
Y lo que mas les helaba la sangre a los funcionarios del museo eran los sonidos hechos por el piano, como si alguien invisible lo estuviese tocando
Los empleados del lugar se dieron cuenta que estos fenómenos se sucedían cada vez que cambiaban el cuadro de Clarita de lugar (el que aparece en las primeras fotos, y que fue pintado por el mismísimo Blanes) para las diferentes exposiciones.
Se decidió dejar entonces el cuadro en el lugar original y no volverlo a tocar.
Hablando con la empleada de la biblioteca, me contó que no solo no lo mueven, sino que tampoco lo tocan, pues quien lo hace alguna desgracia sufre.
También se dice que cuando algún caballero buen mozo pasa frente al cuadro, los pícaros ojos de Clarita lo siguen.
Es muy curioso el efecto que produce la mirada de la dama en
cuestión, y no solo personalmente.
Fijen su vista en el cuadro durante un rato y verán la extraña sensación que produce.
Al día de hoy cuando se inaugura alguna exposición nueva, al otro día algún cuadro aparece en el piso. Según dicen es solo otra picardía de Clarita, que aburrida como está decide jugarle bromas a los serenos del Museo, que ya a esta altura se la toman en solfa y al reponer el cuadro en su lugar, reprenden a Clarita, como si ya fuese una vieja
amiga.

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