Thursday, January 10, 2019

EL TRAFICO DE ESCLAVOS EN MONTEVIDEO



La trata de esclavos en Montevideo


EL TRAFICO DE ESCLAVOS EN MONTEVIDEO

El Uruguay no pudo sustraerse a este negocio infame. La trata de negros en la Banda Oriental, igual que en sus hermanas latino americanas, constituyó un excelente negocio para los negreros y, en cierto aspecto, para las arcas del Cabildo. En particular para Montevideo, porque su puerto favorecía el tránsito de buques de ultramar. En la segunda mitad del siglo XVIII, entre los años 1750 y 1810, entraron a puerto, traídos por buques de diferentes nacionalidades unos veinte mil esclavos que aportaron, por concepto de tributos, unos trescientos mil pesos fuertes. Un negro valía unos doscientos pesos de esa moneda. En cambio, unos pocos de ellos quedaban en Montevideo. Un censo practicado en 1778 indicó un total de 1368 esclavos, suma equivalente al 20% de la población montevideana de entonces. Con el crecimiento y desarrollo de Montevideo, el número de esclavos aumentó considerablemente llegando, en 1790, a 5.000 aproximadamente, más de la población total.
Las condiciones sanitarias en que llegaban los pobres infelices hacinados en las bodegas, mal alimentados y sin condiciones higiénicas de ninguna clase, causaron mortandad y afecciones graves que alertaron a las autoridades responsables de la salud pública. En cierta oportunidad, el Cabildo de Montevideo, teniendo en cuenta que el depósito de los negros se hacía dentro del pueblo, procedimiento que estimó “opuesto a la piadosa mente del soberano que no vigila en otra cosa que proporcionar a sus vasallos por cuantos medios le dicta su tierno amor, la mayor sanidad y preservarlos de todo contagio” .......... dispuso una serie de medidas profilácticas con respecto a la introducción de negros que “viene cubiertos de sarna y llenos de otros males capaces de infectar la parroquia”, por lo cual “corresponde prevenir el daño general que pueda esparcirse en la ciudad........ “.
Las disposiciones de orden higiénico comprendían la creación de una Junta de Sanidad, la obligación de visitar los buques que hacían tráfico de negros y la permanencia en puerto por un plazo de cuarenta días.
Un episodio que merece destacarse ocurrió en 1787 cuando llegó a Montevideo un barco cargado con estos infelices. El Cabildo de Montevideo, cuenta Isidoro de María, dispuso que se alojaran fuera de la ciudad, disponiendo que, con tal fin, se levantara un barracón con capacidad suficiente para albergarlos. La construcción se levantó próxima al arroyo Miguelete, en un lugar cercano al que ocupan hoy, las instalaciones de la Ancap, en la Rambla Sud América y calle República Francesa. Ocupaba, dice de María, una manzana aproximadamente, bajo muro, teniendo en el centro cinco piezas edificadas, dos grandes almacenes, cocina, techo de teja. Por mucho tiempo, continúa de María, sirvió para depósito de los pobres negros condenados a la esclavitud.
Vino luego el sitio chico y grande "de esta plaza, del año 11 al 14 y otro fue su destino, convirtiéndose en ruinas, quedándole el nombre vulgar de CASERIO DE LOS NEGROS”. Allí acudían los señores de entonces a comprar esclavos. Algunos como Lucas Obes negociaban al por mayor, para luego revenderlos.
Así fue el triste comienzo de la esclavitud en estas tierras donde, cincuenta años más tarde, campearía la gallarda figura "del único campeón de la democracia en el Río de la Plata, el bravo y caballeresco republicano General José Artigas”.


LA DOCTRINA ARTIGUISTA
Lo que sufrieron esos negros sojuzgados, maltratados y vejados inspiró un sentimiento humanitario al protector de los Pueblos Libres, que plasmó en las Instrucciones del año XIII. Entre ellas las de promover la libertad civil y religiosa y lograr como finalidad de gobierno: la Igualdad, la libertad y la seguridad de los ciudadanos. Pero el comercio había tenido su origen y desarrollo mucho antes que esa doctrina. La esclavitud en el Uruguay, como en las demás colonias, fue un mal fuertemente arraigado contra el cual era muy difícil luchar.


LA VIDA DE LOS ESCLAVOS EN EL URUGUAY
Dice Horacio Arredondo que la Sociedad en la época del Virreinato, fue esencialmente patriarcal. Se caracterizó, en lo que a esclavitud se refiere, por la forma humana como se trataba al servidor doméstico, contrastando con los terribles castigos que los portugueses del Brasil propinaban a sus esclavos, igualados a los animales, al extremo de que el látigo era cosa usual y corriente. Pero eso no era todo. El látigo cedía paso, casi siempre, a torturas de otra naturaleza como la marcación con hierro candente o el estaqueado, medios utilizados para intimidarlos.

Entre los criollos se consideraba la esclavitud un recurso económico. Como recurso político se la consideraba un instrumento útil para facilitar la colonización de los territorios conquistados llegándose a decir, en alguna oportunidad, que la colonización de América fue posible gracias a su ayuda.

Hemos dicho ya que el esclavo cumplía tareas domésticas. Servía a sus dueños con fidelidad llamándolos "amos", Y "amitos" a los hijos de sus dueños. Vivían, acota Arredondo, en un pie de igualdad con la clase asalariada generando, en las casas de larga familla, sentimientos de amistad y de familiaridad, difíciles dé encontrar entre los servidores domésticos de hoy.
Por lo general las esclavas domésticas eran muy pulcras en cuanto a higiene personal. “Las mulatas esclavas son hermosas, dice Robertson en su obra: La Argentina en los primeros años de la Revolución, “su vestido es blanco como la nieve, sencillo como sus costumbres y después de proveer a la decencia, es aireado y liviano, de acuerdo a las exigencias del clima. El busto se cubre simplemente con una camisa y los contornos sin ayuda de sostenes, se acusan estando sencillamente la camisa atada a la cintura con una cinta de vivos colores...... “

Los mulatos y negra usaban una especie de “poncho” consistente en una “pieza de tela rayada en bandas de diferentes colores abierta en el medio, para dejar libre la cabeza que cae sobre los brazos y cubre hasta los puños”.

A los esclavos negros y mulatos como también a los blancos de condición inferior les estaba reservada las tareas de panadero, pasteleros, bizcocheros, lavanderos, cocineros, o el acarreo de agua, pisar la mazamorra, trabajar la tierra y otros menesteres análogos.
Sus diversiones favoritas -como lo son hoy el fútbol y los deportes- eran las riñas de gallos, y las corridas de toros que alcanzaron su apogeo en los años anteriores a la Guerra Grande. Las corridas de toros subsistieron aun después de abolida la esclavitud. Fueron prohibidas definitivamente durante la primera presidencia del señor Batlle y Ordóñez. Las riñas de gallos se siguen practicando en clandestinaje.

Los esclavos menores, llamados “moleques”, debían acompañar a sus amas con el mate o con el farol durante las horas de Ia noche. La educación de los hijos de familia fue, poco a poco, dejada a cargo de las esclavas de mayor edad. Transcurrió así, en esa forma, la vida social en el período colonial.


COSTUMBRES DEL ESCLAVO MONTEVIDEANO
Es interesante recordar, aunque sea de paso, el uso que los esclavos hacían de sus horas libres, si es que las tenían por la comprensión o tolerancia de sus amos. Especialrnente las fiestas en honor de sus santos preferidos o los jolgorios a que se entregaban en fechas especiales como el día de Reyes.

Actuaban en forma organizada,.reuniéndose en “salas”, “sociedades” o "naciones” de acuerdo con el origen o tribu de la que procedían. Cada sala tenía un “Presidente", un "juez de fiestas” lo cual les permitía reunir algunos fondos para la celebración de sus conmemoraciones religiosas.

Los negros afincados en el Uruguay no crearon ritos independientes de las prácticas cristianas, ni siquiera intentaron imponer el culto de sus dioses.
Andando el tiempo, el esclavo aprendió a querer al Dios que adoraban los españoles y criollos, mezclando los himnos religiosos de las iglesias con el ritmo y las voces ancestrales del Africa lejana.

El recuerdo de sus aldeas, de su tierra y el dolor que sentían por la libertad perdida, sumados a los nuevos sentimientos religiosos que arraigaban en ellos, juntando temores y resentimientos, se tradujeron en cantos de lánguida nostalgia y en danzas frenéticas, con rasgos de lascivia, donde el tambor proyectaba, en las manifestaciones, el desborde y el ardor de su sangre moza.

La mística de sus tristes se refleja, todavía hoy, en sus canciones espirituales que tanto contribuyó a divulgar por el mundo la voz dulce y melódica de Maryam Anderson.
En este juego de ritos y creencias, el negro era dueño de su voluntad. Sus santos preferidos, San Benito y San Baltasar, por ser ellos mismos de raza negra, eran honrados a su manera. Son conocidas sus festividades y las expresiones del ceremonial que cumplían, a veces con la ayuda de sus amas, complacidas en destacar el rol que sus jóvenes siervas habrían de cumplir junto a sus “reales consortes" en esos reinados que apenas duraban un día, terminado el cual volvían al desempeñó de su trajinar rutinario.

Rendían culto a sus muertos con un ceremonial, característico de los “velorios negros” que supo captar la paleta de Pedro Figari. Tenían “un juez permanente de muertos” a cuyo cargo estaba el ritual. Cuando el difunto era miembro de la sociedad lo regaban, corno parte de la ceremonia, con su bebida preferida, entonando cánticos alusivos en presencia del “rey y de la reina” de la comunidad a la que pertenecía.

Las relaciones amorosas entre esclavos eran facilitadas a menudo por los dueños, porque de la unión entre siervos, no liberados, obtenían descendencia - vale decir - cosas que tenían valor para ellos como algo que acrecía su riqueza. En honor a la verde salvo casos excepcionales, el esclavo nacido en los casas patricias era estimado. Su venta era poco frecuente y resistida por las familias montevideanas de la época colonial.


ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD
Es largo el proceso que culminó con la abolición de la esclavitud en el Uruguay. No podemos hacer, dentro de los límites de este artículo, ni siquiera una breve síntesis de las gestiones que se cumplieron desde que Artigas dictó las célebres Instrucciones del año XIII, hasta 1851, en que fue conocida la paz que puso fin a la Guerra Grande –“SIN VENCIDOS NI VENCEDORES” Con el licenciamiento de los ejércitos rivales se afianzó definitivamente el concepto abolicionista que culminó exitosamente en 1853 y para siempre.

Los conceptos fundamentales que primaron en nuestros Constituyentes establecían: “Para evitar la monstruosa inconsecuencia que resultaría que en los mismos pueblos en que se proclama y sostienen los derechos del hombre co ntinuasen sujetos a la bárbara condición de siervos, los hijos de éstos se declara: SERAN LIBRES SIN EXCEPCION DE ORIGEN LOS QUE NACIERON EN LA PROVINCIA DESDE ESA FECHA EN ADELANTE QUEDANDO PROHIBIDO EL TRAFICO DE ESCLAVOS DE PAIS EXTRANJERO”-. (Florida, 7 de setiembre de 1825.)

Esta cláusula corno se ve, no era general pues la limitaba a los nacidos en la provincia prohibiéndose el tráfico de esclavos provenientes de “país extranjero”.

Esta limitación quedó confirmada con una resolución dictada en febrero de 1830 por la cual se reglamentaba la venta de esclavos. Se establecía entre otras cosas que “ningún amo será obligado a vender sus esclavos sin justa causa”. Existiendo la causa, la venta no podía “verificarse en más precio que el que hubiese costado al actual poseedor”. En todos los casos, y aun para los exceptuados, su precio no podía superar de “trescientos pesos plata”.

En diciembre de 1842, siendo Presidente Rivera, se dispone: atento a que desde 1814 no debieron reputarse esclavos los nacidos en el territorio de la República ni que podían introducir esclavos desde julio de 1830, lo siguiente: art. 1) Desde la promulgación de la presente resolución no haya esclavos en todo el territorio de la República. art 2) El gobierno destinará los varones útiles que han sido esclavos”.

El 26 de octubre de 1846 se dicta en el Miguelete, por los hombres que respondían al general Oribe, una ley por la cual se establecía en su art. 1 ) lo siguiente: “Queda abolida para siempre la esclavitud en la República” . Y en el art. 2) se establece que, desde la promulgación de esa ley “entran al goce de su libertad todos aquellos esclavos que no hayan sido emancipados de derecho ..... etc.” Esta misma ley establecía que el valor de los esclavos “es deuda de la nación” correspondiendo a sus dueños “una justa compensación según ley”.

En la forma que hemos descrito, los dos gobiernos que se disputaban la administración del país, Fructuoso Rivera y Manuel Oribe, dieron forma a las leyes abolicionistas que sólo tuvieron aplicación definitiva, como ya lo adelantáramos, al licenciarse los ejércitos beligerantes y se aboliera también en el Brasil en 1853, pocos años después de la proclama de Líncoln. Se cerró de esta manera uno de los capítulos más amargos de nuestra historia. Se eliminó para siempre el privilegio que una parte de la humanidad ejercía sobre el resto bajo el precepto de que unos pocos habían nacido para mandar y otros para obedecer. Resabio de la forma más regresiva del derecho de propiedad; LA PROPIEDAD DE LOS ESCLAVOS.


EL ROL DE LOS ESCLAVOS EN LA GESTA EMANCIPADORA
Cuando, ocurre la sublevación patriota que siguió al Grito de Asencio, todo el pueblo nativo se puso bajo las órdenes de los caudillos que surgían en cada lugar. Las primeras hueste patriotas agruparon bajo la bandera de resistencia y rebeldía contra el yugo español, tanto a blancos y gauchos, como a indios y mulatos. Entre ellos se contaron en gran número, los negros esclavos y libertos, decididos a luchar por la Patria.

Ejemplo viril de la raza sojuzgada que ve mantuvo aferrada a sus ansias de libertad y fiel a sus conductores. Virtudes que brillaron con máximo esplendor en esa expresión de rebeldía que se llamó el Éxodo del pueblo oriental.

El ansia de libertad que alentaban los patriotas negros, cuyas características salientes fueron la LEALTAD y la FIDELIDAD a sus jefes, justificó que Artigas recurriera a ellos para reforzar el ejército patriota con el célebre BATALLON DE LIBERTOS que sirvió en toda la Gesta de la Emancipación y hasta después de la Guerra Grande.

Esta decisión tuvo, como contra parte un primer paso hacia la abolición de la esclavitud. El gobierno de entonces dispuso que los patriotas que poseyeran esclavos los aportaran a la causa de la revolución, en proporción al número que tuvieran. La tarea fue llevada a la práctica por Barreiro, a la razón Gobernador de Montevideo. “Tenemos ya más de doscientos acuartelados en la Ciudadela, decía Barreiro en carta dirigida el 25 de agosto de 1816, al ciudadano Regidor don Joaquín Suárez, "de tres se han tomado uno; de cuatro, dos; de cinco, tres; de siete, cuatro ....... nunca dejándoles más de tres. A los que tenían dos no se les tomaba ninguno porque “los hortelanos no pueden estar sin menos.......”

Cuando llega la ocupación portuguesa Lecor, para atraerse los esclavos dispuso que “los que estuvieran armados, sin ocupación alguna, que se pasen al ejército portugués o a cualquiera de sus destacamentos, gozarán su libertad el mismo día.......”

Muy pocos acudieron al llamado. Si lo hicieron no fue por propia decisión sino más bien por defección de la oficialidad que los mandaba, como en el caso de su Coronel Rufino Bauzá que entró en tratos con el mando lusitano para retirarse a Buenos Aires.

En 1825, cuando la Cruzada Libertadora trajo el signo de LIBERTAD 0 MUERTE, los esclavos dan nuevas pruebas de adhesión a la Patria.

En carta que un grupo de ellos dirigió al General Lavalleja el 12 de diciembre de 1825, decían: “comprometidos nosotros todos los del color bajo a tomar armas para defender nuestra patria y derramar ambos la última gota de sangre para libertar nuestro país del portugués, con el mayor silencio y secreto se ponen los de color para defender el Pabellón de nuestra patria...........” y así suplicamos a V. E. sea servirnos mandarnos un guiador por el cual podremos ser dirigidos a la gran empresa....... “. La carta terminaba diciendo: “todos comprometidos bajo el juramento que han de derramar su última gota de sangre y hacer los mayores esfuerzos para libertar la patria y morir descuartizados”.

Estos documentos prueban que muchos esclavos se enrolaron voluntariamente. Dieron, junto a gauchos y a indios, fuerza y bizarría al ejército patriota. Como dice Belloni en su grupo escultórico EL ENTREVERO ubicado en 18 de Julio y Agraciada: “Lo que somos a ellos lo debemos. Lucharon y murieron para que la libertad no muriera nunca en el Uruguay”.

Muchas veces las autoridades premiaban su arrojo y sus méritos de guerra dándoles la libertad que ansiaban. Pero otras tantas la buena intención no llegaba a los hechos como no llegaron a ser realidad los principios de igualdad inspirados en razones de justicia histórica.

“Hemos peleado ayer para ser libres. Preciso es también que pensemos en ser felices, y que de esa felicidad sean partícipes todos los hombres, de todas las clases y de todas las condiciones”.
Clamor que cayó casi siempre en el vacío por la indiferencia que mantenían los encargados de imponer la ley y la Constitución, ante la defensa que la prensa de Montevideo hacía a favor de los esclavos Integrantes del Batallón de Libertos. Muchos de ellos, con sus honrosas cicatrices de guerra, salían de los cuarteles para caer de nuevo bajo las garras de sus dueños, no obstante las promesas y los compromisos del Estado para intervenir en su rescate.


ANSINA, SIMBOLO DE LEALTAD Y FIDELIDAD
De todos los ejemplos que se mencionan para resaltar la fidelidad del esclavo hacia su amo, ninguno es tan patético ni merece tanto reconocimiento como el demostrado por el negro Ansina hacia el Jefe de los Orientales.

Porque Ansina simboIiza la lealtad por encima de todo. Cuando todo se había perdido. Cuando la gloria, el triunfo, el éxito de la gesto apasionada cedía ante la traición para dar paso al infortunio que significaba renunciar a la patria y obtener, en cambio miseria y olvido, él; fiel servidor no vacila en correr su misma suerte. Ansina sabía que todo lo que aún quedaba en poder del caudillo, en gesto de reconocimiento, sería enviado a sus amigos prisioneros en la Isla das cobras como nuevo incentivo para mantener viva la llama de lucha y coraje. Sentimientos necesarios para que otros, con más suerte, lograran la libertad que tanto deseó para su pueblo.

Abandonado de todos, triste y fugitivo, Artigas elige como compañeros a unos pocos soldados entre los que Ansina había de ser el único acompañante, el único que tendría el privilegio de compartir su soledad y sus recuerdos de gloria.

A la gloria llegó también su fiel sirviente. A la gloria alcanzó este esclavo que se elevó por encima de su humilde condición. La Patria entera reconoció su gesto, dándole un lugar en el Panteón Nacional para que el jefe glorioso y su fiel servidor sigan juntos en la eternidad, como juntos vivieron en el ostracismo.

La Patria ha reconocido este mérito de un humilde negro, nacido esclavo pero liberto por decisión del ilustre Oriental. Como dijera una destacada historiadora compatriota su origen se pierde “en la noche sin luz ni esperanza de la esclavitud. Tal vez era hijo de una pobre negra tan sin sombra como él. Una cosa ANSINA que creció en un rincón abandonado y por eso lo llamaron así: Ansina....... “.

En realidad Ansina fue un predestinado. Porque habiendo nacido en un medio miserable, en el más alejado de los límites de humildad y de pobreza, mereció el honor de compartir, por lealtad y fidelidad abnegada, la gloria que la Patria entera otorgó al Precursor de la Nacionalidad Oriental. Bien está que el pueblo rinda en el granito y en el bronce, modelado por Belloni este homenaje al Ansina esclavo y liberto. La historia quiere reivindicar al esclavo para glorificarlo en su nombre. Decimos eso porque se ha planteado la duda de si Manuel Antonio Ledesma o Joaquín Lenzina, fue realmente Ansina. Este vocablo era sólo un apodo recogido en la inscripción de su monumento en la Plaza Artigas. ¿Fueron Ledesma, y Ansina dos servidores fieles. Uno Ledesma llamado “el último soldado artiguista” y otro Ansina, en quien la historia y el pueblo todo reconocen corno símbolo de lealtad y fidelidad a su Fundador?

Sea cual fuere la verdad histórica, en la intención y en los hechos la Patria ha levantado este monumento reconociendo en el apodo, el mérito que la gloria reserva a quienes merecen bien de la Patria. Es por eso que, en este reconocimiento, no debemos ver solamente un alcance individualista.

Debemos ver algo más. Debemos ver en este negro ilustre, el germen, modelo o raíz de lo que ha sido la raza negra en el Uruguay, de los sentimientos que la impulsaron, de sus nostalgias, de sus luchas y de sus sufrimientos como raza sojuzgada. El negro de hoy, heredero directo de esa raza, debe sobreponerse al prejuicio histórico sabiendo que sobre él gravita también el peso de la gloria que iluminó la frente de Ansina y de todos esos fieles compañeros; de Artigas que formaron en la legión de gauchos de indios y de libertos en que se apoyó para darnos la patria, único motivo de su gloriosa existencia.

Ing. Ponciano S. Torrado

 


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