Monday, January 14, 2019

Julio Herrera y Reissig y La Torre de los Panoramas

Julio Herrera y Reissig y La Torre de los Panoramas

El Herrera y Reissig de la "Torre de los Panoramas"
Vicente A. Salaverri




Con la fama de las artistas muertos pasa lo que con la luna. De repente, hay un cuarto menguante que se diría un eclipse.

Apenas queda una pestañita de luz, Y he ahí que, poco a poco, se hace el cuarto creciente, hasta que el astro aparece otra vez esplendoroso. Ahora silencio para el posta o el prosista popular. Y luego otro lampo brillador: celebridad de nuevo.

Reflexionamos así tras de haber evocado la singular figura de Herrera y Reissig, nacido hace 80 años. En el medio siglo escaso que ha transcurrido desde que Julio se fue de la vida, las zonas de luz y sombras para su nombre se han sucedido. Allá por el año 1911 o 1912, Francisco Villaespesa lo puso de moda en todos los ambientes hispano-americanos que alcanzaba con su influencia. Para el poeta de "El Alcázar de las Perlas", el orfebre uruguayo habría de conseguir con "Las Pascuas del Tiempo" y otros poemas no sólo consagración unánime en toda la Hispano-América ilustrada, sino que hasta calor popular. El vaticinio de Villaespesa no solo no se cumple en esa década del siglo, sino que el olvido pareció cernirse sobre el nombre de Herrera y Reissig aun en su patria.

Pero recordamos que ya en 1924, nosotros, atentos entonces a todo lo literario, tuvimos que hacernos eco de su nombradía entusiasta en los círculos literarios más bullentes de España ¿Qué había sucedido? Que Rafael Alberti y otros notables líricos jóvenes habían puesto de moda el "Creacionismo", Y se apreció que el precursor del nuevo arte poético era nuestro Julio Herrera y Reissig.


La iconografía de Julio Herrera y Reissig, con no ser abundante, es diversa. Pero ningún retrato presenta más fielmente al poeta de los sonetos hay reconocidos como magistrales, que está dedicada a su modo, y ya está dicho que en una forma hiperbólica, en el año 1903, que fue para él de gran brillo.

Nuestras juventudes actuales -con influencia de los Liceos, y aun con más motivo de la Facultad de Ciencias y Humanidades- tienen ahora mucha curiosidad por conocer antecedentes de aquella pléyade que estaba en deslumbradora floración por los albores de este siglo.
No ya los indiscutidos, los siempre recordados: Zorrilla de San Martín, Rodó, Acevedo Díaz, Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Delmira Agustini... De éstos se ha estado hablando siempre; ahora se investiga respecto a Eugenia Vaz Ferreira, a Barret, a Herrera... Continuamente hablamos con estudiantes, interesados en que les demos esos datos íntimos que no pueden conseguirse en las bibliotecas. Herrera y Reissig, con la leyenda le "La Torre de los Panoramas", es tal vez el artista por quien se pregunta más.

¡La Torre de los Panoramas!... Julio Herrera y Reissig igualaba en fantasía a aquel cubano, también poeta, Julián del Casal, que en un pobre cuartucho imaginaba ocupar una mansión labrada, grande y opulenta como la Alhambra archi famosa.

En este Suplemento fue publicada hace tiempo la fotografía de una azotea, en la casa de don Manuel Herrera y Obes. En ella había un altillo, al que llevaba la escalera del piso ocupado por la familia, en el edificio de dos plantas de la calle Juan Carlos Gómez. Un cuartito de tres metros de largo por dos de ancho, que César Miranda describe muy bien en su libro "Prosas". Las paredes estaban cubiertas con figuras, recortadas de revistas en su gran mayoría. Todo "mostraba a la larga el gusto y la pobreza de los familiares". Y Miranda no vacila en afirmar: "La Torre de los Panoramas", la famosa torre que la imaginación de unos cuantos soñadores erigiera poéticamente, es una bella impostura. Pero no por eso dejó de ser realidad para todos". Se refiere a los que iban allí.

Apenas si componían el mobiliario "una mesa mezquina y das sillas reumáticas". Luego, colgando en un sitio visible, un gorro turco y dos floretes enmohecidos.

"La azotea -dice el biógrafo- ofrecía un vasto panorama; al Sur, el río color sangre, color turquesa o color estaño; al Norte, el macizo de la edificación urbana, al Este, la línea quebrada de la costa con sus magníficos rompientes, y más lejos el Cementerio, Ramírez y el semicírculo de la Estanzuela, hasta el mojón blanco de la farola de Punta Carreta; al Oeste, más pasaje fluvial, el puerto sembrado de "steamers", y sobre todo, el Cerro, con su cono color pizarra y sus casitas frágiles de cal o terracota... De ahí "La Torre de los Panoramas".

Si resucitara Herrera y Reissig, y viese la transformación de Montevideo, en estos últimos años, su asombro iba a ser muy grande. Para dominar un paisaje tan vasto, como el descripto por Miranda, tendría que subir a alguno de los rascacielos de la Avenida 18 de Julio. Pero todo, incluso el aspecto del río, habría de verlo diferente.

Y bien, en tan mezquina habitación, en el ingenuo mirador casi aldeano, se preparó la renovación literaria del Uruguay. El idioma -tal como lo encontramos en los libros de fin de siglo- tenía una rigidez, una sequedad que no la hubo en el Siglo de Oro. Los líricos modernistas quisieron darle otra riqueza; más nerviosidad y nuevo brillo, para que las palabras transportaran mejor el alma de la época. Herrera y Reissig fue el corifeo dentro de su patria, imitando, aunque con procedimientos distintos, la actitud revolucionaria de Rubén Darío.

Don Manuel Herrera y Obes, el padre del poeta, vivía modestamente con los suyos, sin más entrada que su jubilación. Había en la familia otros varones y dos mujeres. Julio Herrera y Reissig, con 25 años, instalada la "Torre de loe Panoramas" pasaba por poco equilibrado ante los suyos, que le perdonaban su extravagancias atribuyéndola a su infantilidad.

Porque ha da saberse que, hasta la hora de su agonía, Julio Herrera y Reissig fue un niño grande. El terrible "modernista" que hacía versos alambicados y difusos "pour épater les bourgeois", buscando conmocionar al "vulgo municipal y espeso" de la aldea, tenía un alma candorosa.

¿Quiénes eran los frecuentadores de la "Torre de los Panoramas"?.. De paso, desfilaron muchos jóvenes escritores por allí, como Florencio Sánchez. Pero los asiduos eran muy pocos: César Miranda ("Pablo de Grecia"), Pablo Minelli González, Raúl Lerena Joanicó, que fue luego reputado arquitecto, Roberto de las Carreras, Illa Moreno, Francisco Aratta...

Un historiador de aquel movimiento hace notar que aquellos muchachos eran perfectamente normales, no apareciendo sus rarezas hasta que no se disponían a forjar versos. Ninguno, sin embargo, tenía la fastuosa imaginación de Herrera y Reissig, puesta en evidencia con este desorbitado soneto que lleva el titulo desconcertante de "Epitalamio Ancestral":

Con pompas de brahmánicas unciones
Abrióse al lecho de tus primaveras
Ante mi híbrico rito de panteras,
Y una erección de símbolos varones.

Al trágico fulgor de los hachones,
Ondeó la danza de las bayaderas
Por entre una apoteosis de banderas
Y de un siniestro trueno de leonas.

Ardió el epitalamio de tu paso,
Un himno de trompetas fulgurantes...
Sobre mi corazón los hierofantes

Ungieron tu sandalia, urna de raso,
A tiempo que cien blandos elefantes
Enroscaron su trompa hacia el ocaso.
Al subir a la "Torre", sorprendía al visitante la siguiente inscripción: "Está prohibida la entrada a los uruguayos". Tal advertencia desconcertaba en un principio. Pero luego era fácil explicársela. Con ella quería sugerirse el odio a la vulgar normalidad, a lo que la gente considera equilibrado, Julio Herrera y Reissig y sus amigos tenían las pupilas fijas en Francia; y dentro de Francia en aquel París cuyo "fermento literario" buscó Rubén Darío para iniciar la evolución de la lírica hispanoamericana. "La poesía era para el cenáculo de la "Torre" -escribe Alberto Zum Felde, refiriéndose a la primera época de Herrera y Reissig- una alquimia exótica que nada tenía que ver con la vida". En la azotea, a veces, había encuentros esgrimísticos, que no en vano estaban los dos floretes enmohecidos en el mezquino mirador.

Herrera y Reissig no solo surgía como poeta. Alardeaba de sociólogo entre sus amigos. Y se decía discípulo de Spencer, cuyo libro leyera atentamente. Una vez escandalizó a los políticos terciando en un debate con el artículo audaz y extraño que titulara: "Epílogo wagneriano a la política de fusión". Los ciudadanos de aquella época (ingenua si con la vida indiferente de nuestros días la comparamos). solían irritarse ante "salidas de tono" que se les antojara provocaciones.

Por ese tiempo Herrera y Reissig tenía una barba rubia que lo asemejaba a una difundida cabeza de Cristo, muy conocida, hecha por un pintor alemán, famoso en aquel tiempo. Miranda, el adlátere, lo recuerda trepando alegre y ágil por los montículos del viejo Parque Urbano. Y exclama: "Así siempre, sencillo, casi infantil. Con su sonrisa de niño enfermo y sus ojos en éxtasis". Era prolijo para vestirse, a despecho de su pobreza. Cuidaba los detalles. No tenía -¡él, bohemio de alma!- flotante chalina, ni sombrero aludo.

Era siempre el muchacho nacido en un hogar burgués, que usaba el bastón y la galera característicos de su clase social en aquel tiempo. Nunca le faltaron a nuestro hombre un buen par de guantes grises. Aunque careciera de otra cosa más fundamental.

Los que iban a verlo encontraban un hombre fino, afectuoso, incapaz de descomponer el ademán acogedor con una descortesía o de extralimitarse deslizando frases inconvenientes. Todos los versos que le leían los encontraba admirables.

El mayor compromiso que le podían plantear era exigirle que indicara los defectos de la composición que le mostraban.

Contrasta lo que decimos con lo que sugerirían actos que se conocen, corno aquella su manera de cerrar una brava polémica con el "Decreto": "Abomino la promiscuidad de catálogo. Solo y conmigo mismo. Proclamo la inmunidad literaria de mi persona. "Ego sum imperator". Me incomoda que ciertos peluqueros de la crítica me hagan la barba. Dejad en paz a los Dioses!"

Y en seguida esta firma: "Yo, Julio. -Torre de los Panoramas"' Acusando recibo a libros extranjeros, era igualmente exagerado. Pero, sin embargo, con los tres o cuatro íntimos, se manifestaba como un implacable demoledor. De los escritores dé su patria, a un lado la gente del vernáculo, nadie se libraba de sus críticas. A Rodó lo calificaba de plúmbeo y soporífero, con lo que apodábale "El elefantino". Ni siquiera Reyles, más ágil e inquieto, se salvaba de sus comentarios desdeñosos:

-¡La literatura uruguaya empieza conmigo! era su frase dictatorial.

Tan radicales actitudes y, sobre todo, la extraña poesía que se elaboró en la "Torre", irritaron a muchos. Aun desde Buenos Aires llovieron diatribas. En la revista "Letras", Gálvez y Rojas, que aún no eran modernistas, atacaron a los revolucionarios de Montevideo. La gente, en general, apoyaba a los censores. Apareció "Letanías Simbólicas" de Pablo de Grecia y "Mujeres Flacas" de Pablo Minelli González, y por todas partes se dibujaban gestos irritados. "La Nación" bonaerense deploraba tales "extravíos". Entonces Herrera y Reissig, el pontífice, publicó quince columnas de "La Razón" -en quince días seguidos-. para defender a sus cofrades. En las "Prosas de Herrera y Ressig" se han recogido artículos de crítica que muestran la caudalosa y deslumbrante verba de quien fue inagotable "causer". Veamos un párrafo:

"En el verso culto, las palabras tienen dos almas: una de armonía y otra ideológica. De su combinación que ondula un ritmo doble, fluye un residuo emocional: vaho extraño del sonido, eco último de la mente, cauda rareiforme y estela fosfórica, peri esprit de la literatura, equis del temperamento y del estado psíquico, que cada cual resuelve a su modo y que muchos ni perciben".

Nótese cómo complica, de un modo barroco, las definiciones más sencillas con su extraordinaria imaginación.

Al estudiar la obra de Julio Herrera y Reissig, la crítica ha encontrado tres influencias dominantes que llegan a marcar tres tiempos: primero es Mallarmé con su cortejo: los Laforgue, los Rimbaud, etc. En París imperan loe simbolistas y los decadentes. Rubén Darlo se acuerda a cada paso de Verlaine. Surgen "Los maitines de la noche" de Herrera y Reissig. Pero el uruguayos que admira al ruiseñor de Nicaragua, pule más sus rimas que éste, a quien acusa, privadamente, de no tener un solo soneto perfecto. En esta época.

Herrera y Reissig es hermético, complicadísimo, como lo prueba su "Solo verde-amarillo para flauta. Llave de "U", página a la que puso en su primer cuarteto "andante" y en el segundo "piano" para colocar la palabra "crescendo" en el octavo verso, "forte", en el 11 y fortísimo" en el 13, ni más ni menos que si me tratara, en efecto, de un trozo de música.

Ursula fuerza la boyuna yunta;
La lujurie peri urna con su fruta.
La púbera frescura de la ruta
Por donde ondula la venusa junta.

Recién le hirsuta barba rubia apunta
Al dios Agricultura. La impoluta
Uña fecunda del amor, debuta
Cual una duda de nupcial pregunta.

Anuncian lluvias las adustas lunas.
Amizcladuras, uvas, aceitunas,
Gulas de mar, fortunas de las musas;

Hay bilis en las rudas armaduras;
Han madurado todas las verduras,
Y una burra hace hablar las cornamusas
Todo esto es desconcertante. Se explica que la gente se creyera objeto de una burla y se indignara contra el pontífice de "La Torre de los Panoramas". En "Desolación absurda", sin embargo, no obstante pertenecer a la misma época, hay trozos más comprensibles y pegadizos:

Es la divina hora azul
En que cruza el meteoro
Como metáfora de oro
Por un gran cerebro azul.
En "Las Clepsidras" ya tenemos el parnasianismo de Heredia, fastuoso en asuntos y medios de expresión, como lo prueba ese "Epitalamio Ancestral" que hemos copiado al principio. Y son del tercero mejor tiempo las "eglogánimas" y "eufocordias", como él denomina con bellos neologismos a los que alguien llamaría "alma de églogas" y "Ritmos del corazón", justamente lo imperecedero de este lírico quien calificara Rubén Darío de "poeta de excepción". "Los éxtasis de la montaña" y "Los parques abandonados" son de una
sencillez y de una transparencia admirables. Y aquí hallase clara la influencia de Samain. En rigor puede notarse lo siguiente: quien empezó deleitándose con los románticos franceses como Lamartine (hasta el punto de que se sabía de memoria casi todos los versos de Musset), después se hace difuso, al dar expansión a su temperamento complicado, con el ejemplo de Verlaine, Mallarmé, Gil, Regnier, etc.

Herrera y Reissig era abstruso en rigor. Para resultar claro y sencillo tiene que seguir de la mano a Samain, a quien le traduce los versos que encuentra en "Au Flanc da vase". Por ser complicado, sólo gusta entre los españoles, de Góngora, con el que tiene no poco parecido temperamental. Con el ejemplo de Samain, Herrera y Reissig logra cincelar versos maravillosos, Veamos "El despertar":

Alisia y Cloris abren de par en par la puerta
Y torpes, con el dorso de la mano haragana,
Restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta
Por donde huyen los últimos sueños de la mañana....

La inocencia del día se lava en la fontana,
El arado en el surco vagoroso despierta
Y en torno de la casa rectoral, la sotana
Del cura se pasea gravemente en la huerta...

Todo suspira y ríe. La placidez remota
De la montaña sueña celestiales rutinas.
El esquilón repite siempre su misma nota
De grillo de ¡as cándidas églogas matutinas.
Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas.
Como flechas perdidas de la noche en derrota.
Asombra oste sentido de la vida y de la naturaleza vascas en quien nunca se moviera de Montevideo. Sus conocimiento filológicos eran muy grandes. Sabía latín (no griego como algunos suponen viendo en sus libro, frases que le pasara su íntimo Miranda). Pocos escritores del Plata podían alardear de conocer el Diccionario como él. Fue un verdadero orfebre, pues que tenía más de 50 libretas, en las que clasificara los adjetivos, por bisílabos, trisílabos, etc. Y de igual modo los verbos. Siempre dijo a sus íntimos que hacer verso, era tarea que le daba gran trabajo. Sin embargo todos los días esbozaba un par de sonetos. El trabajo arduo era concluirlos, cambiando adjetivos y concretando la idea. Hubo versos que rumió meses enteros. Y en cuanto al adjetivo definitivo, buscábalo en sus libretas como busca el joyero en sus cajas el brillante a la perla que mejor ajusta en el engarce.

Todavía cuando se estaban imprimiendo pliegos de "Los Peregrinos de Piedra", el pintor Blanes Viale, que acentuaba el parecido del retrato que le estaba haciendo, pudo ver las sustituciones de los epítetos, siempre previa consulta a sus libretas, de donde extraía el término más preciso.

Fuera de "El Hada Manzana", que tanto elogió Darío en su conferencia de Montevideo, todos sus poemas se forman con versos medidos. El "Lunario Sentimental" de Lugones -poeta al que admiró mucho y hasta imitó luego- le parecía un disparate. Herrera y Reissig ni siquiera mezclaba versos de ocho sílabas con versos de once; ni endacasílabos con alejandrinos. Despreciaba el asonantado que sólo empleó por excepción, en "El laurel rosa". Y abominó siempre de lo que él decía "la metáfora física", a la que no concedía trascendencia. "Es una cosa elemental hueca", dijo siempre. Sus metáforas eran, pues "morales". Recórrase sus libros, donde está aquella "Y se durmió la tarde en tus ojeras", que imita el creacionista Huidobro veinticinco años después, con "El día muere en tus mejillas".

Como hemos dicho al principio, nunca se citó tanto el nombre de Herrera y Reissig como allá por 1924. Guillén, a quien consideraba Jule Supervielle en ese tiempo como el poeta joven hispano con más talento, imitaba de un modo ostensible el artífice de "Las Pascuas del Tiempo", como lo dejó probado aquel curioso crítico que fuera Enrique Diez Canedo.


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