BATALLA DE SARANDí
12 de octubre de
1825
"carabina a la
espalda y sable en mano"
La Batalla
de Sarandi no
resultó una más en
los revolucionarios
orientales, conocían
cual podía ser su
trascendencia
posterior, y así se
prepararon.
En la noche
previa a la batalla,
sabían los
orientales que los
portugueses al mando
de Ventus Manuel
tomaban la costa del
río Yí con dirección
a la Villa del
Durazno. A las diez
de la noche vino un
parte confirmando
que los portugueses
estaban pasando el
arroyo de Castro en
las inmediaciones de
Polanco, entonces se
confirmó que se
dirigían hacia la
villa antes
mencionada.
Lavalleja
ordenó que se le
avisara a don Frutos
que debía estar en
las inmediaciones
del Sarandi.
Ramón
Cáceres que fue el
portador de la
misiva, relata en
sus memorias: "
Llegué al campo de
Fructuoso Rivera
como a medianoche,
desensillé mi
caballo y don Frutos
me hizo acostar a su
lado y casi nos
amanecimos
conversando, y se
lamentaba que sus
paisanos
desconfiasen de él".
A las cinco
de la mañana las
descubiertas
avisaron la
aproximación de los
imperiales, venían
en dirección al
paraje escogido por
el General Lavalleja
y que se encontraban
apenas a una legua
de distancia.
En medio de
una agitación
precursora del
suspirado combate,
mandó Lavalleja
cambiar los caballos
y poner el ejército
en orden de pelea.
Cuando era
las ocho de la
mañana, arengó
Lavalleja a las
divisiones en éstos
lacónicos términos:
"¡ Soldados! El que
vuelva la espalda
será fusilado.
Nuestra retirada
será el Río Grande".
De acuerdo a
los partes
históricos que se
hallan y a los
cuales hemos podido
acceder, las fuerzas
patrióticas que
intervienen en
Sarandi presentan a
238 Oficiales y
2.122 hombres de
tropa, lo que da un
total de 2.360
hombres.
Frente a los
uruguayos, a menos
de seis cuadras,
veíase mover la
densa línea de
jinetes adversarios
aclamando con gritos
al Imperio y a don
Pedro de Braganza.
Si
tuviéramos la
oportunidad de
situarnos en el
mismo campo de
batalla,
observaríamos que
Lavalleja ocupa las
alturas que jalonan
el camino al Paso de
Polanco. A su
izquierda está
Rivera, en el centro
Zufriategui, a la
derecha Manuel Oribe,
ésa es la posición
de cada uno de los
jefes participantes
de la lucha.
Luego de los
primeros acomodos
clásicos previos,
Lavalleja se dirige
hacia don Frutos,
llegando junto a él,
son breves los
minutos para
concebir los últimos
detalles de la
maniobra.
Esperar que
el enemigo avance y
cruce el arroyo del
Medio para entonces,
con ése obstáculo a
la espalda, que
limitará su espacio
de maniobra,
cargarlo a su vez y
destruirlo.
Pero, el
Jefe brasileño no
ataca. Ha apreciado
las circunstancias,
la ciencia militar
no es un misterio
para el y la
experiencia le
permite dominar el
terreno.
Juan A.
Lavalleja, ante este
suceso ordena
avanzar el cañoncito
y que dispare. Al
tercer disparo, los
imperiales se
movieron al trote
rompiendo al unísono
sus clarines al
toque de degüello y
haciendo una
descarga a
quemarropa y casi
alcanzando a tocar
con sus armas a los
soldados de la
patria.
El General
Lavalleja, apenas se
halló a dos cuadras
y viendo que los
brasileños se
movieron, había
mandado cargar a
todo el ejército: "¡Carabina
a la espalda y sable
en mano!"
Rivera fue
el primero en
adelantarse al
galope sobre Bento
Goncalvez, quién
resistió el choque,
pero no pudo impedir
que un escuadrón de
orientales los
arrollara y
posteriormente los
dispersara.
El centro
oriental se vio
sorprendido por la
carga que le llevó
Alencastre. No había
terminado Manuel
Oribe de formar su
línea cuando ya
tenía sobre él los
batallones de línea
del centro brasileño.
En desorden
les salió al
encuentro, pero los
rivales consiguieron
ventajas y por la
brecha abierta
llegaron hasta las
posiciones de la
reserva.
Lavalleja
tomando el mando
directo hace meter
una tropa como cuña
entre las tropas de
Alencastre y las de
Bento Goncalvez,
dando tiempo a Oribe
a reorganizar su
regimiento y
quedando el centro
brasileño cortado
del resto de su
tropa.
Mientras
tanto, los húsares
orientales en
valiente carga,
destruyen el flanco
de la izquierda
enemiga.
Los
tiradores, de
Maldonado, por el
flanco y las
milicias de
Canelones,
desorganizan y
sablean las tropas
de Bento Manuel, que
buscan apoyo
replegándose al
centro, pero
Alencastre no está
allí.
Los jefes
brasileros
comprenden la
situación y perdida
toda la esperanza de
rehacerse, solo
piensan en la
retirada.
Cada cual
corre por su lado y
tras ellos las
divisiones
orientales.
Bento Manuel
y Bento Goncalvez
han conseguido tomar
el camino de Polanco.
Van a tirarse al
Sarandi y sus
hombres serán
acuchillados en el
pasaje. Rivera que
ha recorrido todo el
campo de batalla
está sobre ellos.
Entonces surge la
intrépida figura del
Coronel Joaquín
Antonio Alencastre
que va a sacrificar
sus tropas para
proteger el paso.
Rivera lo
carga, lo rodea y lo
toma prisionero,
pero ha llegado
hasta allí solo con
sus tropas y cuando
está sobre el
Sarandi, el enemigo
ya había pasado. Fue
tan grande la
dispersión brasileña
que puede
considerarse
imposible la
reorganización
debido al éxito de
los orientales.
Es
conveniente situarse
en esa época, de
igual manera al leer
el parte de
Lavalleja que
redacta el 14 de
octubre, nos da
muestra él mismo de
la crudeza del
enfrentamiento,
extrayendo lo
medular del contexto
citamos: "Los
encontraron,
arrollaron,
sablearon y
despedazaron,
persiguiéndolos más
de dos leguas hasta
ponerlos en completa
dispersión".
Y aquí es
necesario expresar
que visto los
acontecimientos del
desarrolló de la
maniobra estratégica
que habían concebido
los jefes orientales
se destacan la
elección del campo
de batalla, que
permitirá actuar con
todos sus medios,
comprometiendo al
enemigo.
Digno
recordar entonces
que, Bento Manuel
hábilmente elude el
obstáculo (arroyo a
sus espaldas) y por
una feliz maniobra
consigue ventajas de
terreno, colocando a
Lavalleja en la
crítica situación de
aceptar el combate
con el arroyo
Sarandi a la espalda.
Esta
maniobra no fue
prevista por los
patriotas.
Tampoco
estuvieron prontos
para destrozar a los
brasileños
permitiendo que
Bento Manuel
organice con toda
tranquilidad su
nueva línea de
batalla.
El éxito
oriental fue
asegurado con la
juiciosa repartición
de las fuerzas y con
la lección del
esfuerzo principal,
por una maniobra
desbordante.
Lavalleja modificó
los moldes antiguos,
no pierde tiempo en
su descarga de
fusilería, el
combate es a caballo
y lo decidirá el
arma blanca. Cuando
el enemigo espera
las balas ya tiene
los sables sobres
sus pechos.
La
organización del
mando y la unidad de
dirección, deben
destacarse entre las
sabias ordenes de
Lavalleja. Esto le
permitió la oportuna
acción de la reserva,
que cierra el centro
oriental, aparta a
Alencastre y
desorganiza el
dispositivo enemigo.
Desesperado
Rivera porque se le
escapaban los jefes
imperiales, que
tanto deseaba
destruir, según
ordenes expresas que
tenía de Lavalleja,
mandó que en el acto
una guardia se
echase al río Yí a
nado, seguida de
algunos baqueanos.
Al clarear
el día 13 de octubre
se dio comienzo a la
heroica travesía del
Yí: "a nado y en
pelotas", así lo
describe el Mayor
Horacio J. Vico,
participante de la
misma.
La
persecución se hizo
intensa y larga,
llegando incluso
unos hasta el
Cordobés y otros
hasta el propio
Cerro Largo
comandados por
Ignacio Oribe.
De este modo
la persecución se
prolongó hasta las
cuatro de la tarde
del día quince de
octubre, sin comer
ni dormir.
Sólo
existían noticias
que unos doscientos
hombres brasileños
quedaban, entre
ellos Bento Manuel
Ribeiro, Bento
Goncalvez da Silva y
Bonifacio Calderón,
entre los cuales
además transportaban
heridos.
Conceptuando
estéril la
persecución Rivera
mandó orden de
suspenderla al
Comandante Ignacio
Oribe y al Coronel
Julián Laguna.
De esa
manera en las
primeras horas de la
mañana del día 16 de
octubre se juntaron
en Carpintería donde
se le permitió "carnear
y dormir", que bien
se lo merecían,
quienes como
aquellos patricios
no pedían una
preferencia ni
exhalaban una queja,
a pesar de que no
bajaban del lomo de
sus caballos ni
probaban un bocado
desde la víspera de
la batalla.
De acuerdo a
los partes el campo
de batalla resultó
perjudicial para los
brasileros, sus
bajas fueron muy
superiores a la de
los orientales,
tuvieron 572 muertos,
130 heridos, 521
soldados en calidad
de prisioneros y el
armamento capturado
fueron de 1.200
carabinas, 840
sables útiles, 650
pistolas, 50 lanzas,
1.070 cananas,
10.000 cartuchos de
bala y la caballada.
Los
orientales tuvieron
tres oficiales
muertos: Matías
Beracochea, Juan
José Trápani y Juan
Salado. Los heridos
fueron ochenta y
tres.
Al día 13 de
octubre desde el
Cuartel General
situado en Durazno,
Juan A. Lavalleja le
remite a su amigo
don Pedro Trápani un
parte de la batalla,
que por su
importancia
extraemos textual un
párrafo del mismo
para vuestro
conocimiento: "Ya no
es posible que el
déspota del Brasil
espere de la
esclavitud de esta
provincia el
engrandecimiento de
su Imperio. Los
orientales acaban de
dar al mundo un
testimonio indudable
del aprecio en que
estiman su libertad…"
La patria,
desposada con la
libertad, aclama al
héroe de 1825. Jefe
de los Treinta y
Tres, Gobernador y
Capitán General,
vencedor de Sarandi,
el hombre concita el
culto de la gloria
en la rumorosa
devoción de la
multitud.
Existió un
nuevo motivo de
satisfacción para
Juan Antonio
Lavalleja ese 12 de
octubre, ya que en
el preciso día que
él se encontraba
luchando contra los
portugueses, nacía
su hija Anita.
Familia y
Patria se asociaron
en el recuerdo del
hombre ese memorable
día, él gran
acontecimiento
histórico y el grato
suceso del hogar
compartido con Ana
Monterroso, fruto
del cual tuvieron
ocho hijos.
Por entonces,
el vencedor de la
batalla estaba
radicado en Durazno,
donde se celebró con
un gran festejo el
acontecimiento y el
mismo consistió en
un baile.
Pero como en
la Villa del Durazno
no existía un local
suficientemente
amplio para admitir
la inmensa
oficialidad y "el
bello sexo" que en
ella había, el Mayor
Bernardino Pelayo,
esposo de misia
Agustina Rivera,
ofreció su casa
grande al triunfador,
quien nombró una
comisión para
entender los
aprestos.
Se hizo una
Sala hermosa
artificial de arcos
de laureles,
sirviendo de arrimo
la gran casa de
Pelayo por un lado y
por el otro se
plantaron horcones
de madera
tejiéndolos de
laureles silvestres.
En la gran
sala se exponían los
mejores manjares,
ricos vinos y todo
lo que se pudiera
desear, y podía
abastecer a
quinientas personas.
Desde
Montevideo fueron
trasladados unos
músicos aficionados
para amenizar la
fiesta.
La fiesta
dio inicio con un
baile de minuet y la
primer pareja fue el
Mayor del Imperio
Pedro Pintos - que
era prisionero – con
la señora Ana
Monterroso de
Lavalleja.
Culmina así,
una página de la
ejemplar historia
del egregio Juan
Antonio Lavalleja,
héroe nacional y a
quien Raúl Montero
Bustamante en una
recordada estrofa
loa al Oriental:
"Te canto a
ti, libertador del
pueblo,
¡Héroe de la
Agraciada!
A ti, el
guerrero de la
blanca frente
por aureola
de gloria iluminada".
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